miércoles, 29 de julio de 2009

El baile de los “expats”














No hace mucho conocí la palabra “expat”. Seguro que muchos de vosotros ya sabéis que es la abreviatura de expatriado. No, no se trata de refugiados políticos obligados a huir a un país lejano para huir de regímenes dictatoriales. Más bien se utiliza para describir a la fauna internacional que habita cualquier ciudad más o menos importante. En general, se trata de empleados de multinacionales a los que se  ha ofrecido un puesto en el extranjero, directivos desplazados para dirigir ampliaciones internacionales de la casa matriz, etc. El de los “expats” suele ser un colectivo bastante joven, con buen nivel económico y, tal vez por ambas cosas, muchas ganas de pasárselo bien.


En Shanghai, los “expats” van al Rouge. El Rouge está situado en la última planta de un edificio del Bund, el conjunto de construcciones de estilo colonial británico que ocupa la orilla oeste del río Huangpu. Frente al Bund, uno de los panoramas urbanos más impresionantes y modernos del mundo, poblado de rascacielos cada vez más altos. Es como si entre una orilla y otra del río, además de mucha agua y bastantes barcazas, hubiera un siglo de distancia.

 

Pero volvamos al Rouge. Después de pagar 100 yuanes (a estas alturas, ya sabéis de cuánto hablo, ¿verdad?) a Ines, la amiga alemana en cuya casa me alojo, y a mi nos abren la entrada al local. Imagino que durante algún tiempo, ese edificio que ahora está ocupado por un centro comercial de hiperlujo con relojería de Vacheron Constantin y tiendas de ropa exclusivas fue algún tipo de sede oficial de la administración china. Lo dijo porque en la terraza del bar ondea una bandera de la República Popular. Justo junto al mástil están las exclusivas mesas del bar. Sólo disponibles si uno se compromete a un consumo mínimo escalofriante. Precisamente en una mesa, alguien abre una botella de Mumm. Quien la descorcha suele ser un occidental de mediana edad. Quien sonríe y acerca su copa es, frecuentemente, una joven china con minishorts, camiseta de marca y joyas brillantes. Más allá, acodada a la barra, (¿dónde sino?) está la representación española: dos chicos con polos celestes y aire algo pijo, acompañados de otro compatriota, al que le afectan más el calor y/o la bebida, ya que ha considerado necesario abrirse completamente la camisa y enseñar su peludo pecho mientras baila. No me sorprendería saber que se trata de traders del BBVA o de jóvenes directivos de Inditex.

 

Un poco más lejos, un francés con camisa de marca se marca un baile tórrido con una china que, gracias a sus vertiginosos tacones, parece ligeramente más alta que él. Una chica occidental, muy rubia, pasa, enfundada en un ajustadísimo vestido rojo. De pronto, me doy cuenta de que soy el único tipo del bar que no se ha afeitado en la última semana. Ines me dice que, desde que está en Shanghai, trabajando para el pabellón español de la Expo, le está costando encontrar su sitio en la ciudad. De un lado, los chinos, con su cultura y su lengua, incomprensibles y agotadoras. De otro lado, los “expats”, de espaldas al país en el que circunstancialmente residen y empeñados en ganar dinero sin demasiados escrúpulos. Ines me habla de un par de expatriados que conoce. Apenas tienen treinta y cinco años pero ya se mueven como peces en el agua en el mundo de las comisiones empresariales. Acaban de ganar medio millón de euros por un negocio de intermediación que les ha ocupado menos de un mes. China, creciendo a un ritmo de entre el 12 y el 9,5 por ciento anual y con unas condiciones económicas fijadas por una administración no controlada por la oposición o por medios de comunicación libres, es el paraíso para quien sepa hacerse amigos en puestos importantes y tenga claro que su objetivo es ganar cuanto más dinero mejor.

 

Sin embargo, aunque estuve mirando con atención, me sorprendió que, en un entorno tan propicio, no hubiera rastro alguno de Alejandro Agag. Por algún tipo de asociación, me acuerdo de pronto del caso de Nick Leeson, ese tipo que, con apenas 25 años fue destinado por su banco, el Barings de Londres, a la vecina Singapur. Desde ahí se convirtió en el mejor broker de futuros del banco, ganando diez millones de libras para la entidad y una espectacular comisión personal.  Unos años más tarde, después de enseñar su culo a unas mujeres en un bar de Singapur, Leeson huyó dejando una nota sobre su ordenador que decía: “Lo siento”. También dejó un agujero tan inmenso en las cuentas del banco, que el Barings entero se hundió dentro.

 

Mientras pedimos otra Heineken y miramos hacia la fea y divertida Perla de Oriente, la torre de comunicaciones que hace inconfundible la silueta de Shanghai, nos decimos que, por mucho que la crisis nos haya hecho creer que la era del dinero fácil  ha acabado, los “expats” del Rouge no parecen darse por aludidos. ¿Sabrán algo que nosotros no sabemos? Ahí, sobre la terraza, entre espectaculares chinas más o menos de pago, bailan, despreocupados y ligeramente borrachos, los hombres que nos arruinarán en el futuro.

1 comentario:

  1. No me sorprendería descubrir que también ésto esté controlado por el gobierno...aunque no conozco la cultura china, sé que el gobierno controla absolutamente todo y pienso que éste tipo de vida se le concede solo a unos cuantos a saber a base de qué..

    interesante punto.

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