lunes, 10 de agosto de 2009

Suena el teléfono

Por primera vez desde que estoy fuera, descuelgo. Una voz habla en castellano, con un acento que sólo podría describir como... extranjero.
- ¿Señor Castro?
- Soy yo, ¿quién es?
- Soy Émile de Blanchard. De la AVV.
- ¿La Asociación de Verdaderos Viajeros?
- Efectivamente, le llamo desde nuestra sede en Genève.
- Es un honor. Precisamente, me encuentro de viaje... en Yangshuo, China.
- Lo sabemos.
- Bien... ¿cuál es el objeto de su llamada? ¿Tiene que ver con mi candidatura a la comisión directiva?
- Sí, podría decirse que sí. Me temo que... le vamos a solicitar que retire su nombre de la lista.
- ¿Perdón?
- De hecho, sería conveniente que abandonara nuestra asociación por iniciativa propia.
- ¿Cómo? No entiendo nada...
- Ha llegado a nuestras manos cierta información que consideramos relevante y que es... absolutamente incompatible con los estatutos de esta asociación. El presidente me ha pedido que le haga esta llamada.
- Llevo años viajando, prácticamente nací en una autocaravana... Creo que tengo méritos más que suficientes para ser directivo de la AVV. No digamos ya para ser un miembro ordinario. Es cierto, me falta Oceanía y tengo grandes lagunas en África pero... ¿quién me gana en Europa y el Magreb? He visitado cada rincón, cada monasterio, cada gruta...
- No tiene que ver con ese tipo de méritos, señor Castro. Insisto en que hemos recibido cierta información. Sobre el viaje que está llevando a cabo en estos momentos.
- ¿Cómo? ¿Me han seguido hasta China?
- No puedo revelar la fuente que nos ha proporcionado las pruebas, pero éstas son irrefutables. Un verdadero viajero debe integrarse en el país que visita, debe conocer sus costumbres, respetarlas e informarse sobre sus tradiciones.
- Ya lo sé, Émile, no hace falta que me recite el artículo 3 del código del Verdadero Viajero. Llevo más de dos semanas siguiéndolo a rajatabla en China. Viajando en metro, comiendo insectos en chiringuitos infectos, desplazándome en bici y tragándome la contaminación de Pekín...
- Se lo ruego, señor Castro, no haga esto más penoso de lo estrictamente necesario. Se lo repito: tenemos pruebas.

























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