lunes, 17 de agosto de 2009

La confianza y dónde (no) depositarla

En Pekín, me hospedo en el Flowering House Hostel, simpático, pero difícil de encontrar. Por la noche estuve bebiendo cerveza y jugando a cartas con unos británicos y un australiano en el patio del albergue, un hutong, casa tradicional pekinesa. Estaba tan atontado tratando de entender y participar en su conversación de nativos anglosajones que era incapaz de concentrarme en las cartas. No sé cómo me las apañé para ganar una partida sin acabar de entender las reglas del juego.















Yo creía que mi inglés era digno, pero parece estar muy por debajo de mi cultura musical. Cuando le comento al australiano que viene de la ciudad de uno de mis grupos de pop favoritos, los Go-Betweens, me replica que no conoce de nada a esos Gemelos del Gobi (Gobi Twins).

Al día siguiente, aún sospechando que es ya demasiado tarde para verlo, me acerco al lugar en el que está expuesto el cuerpo embalsamado de Mao Zedong. Vamos, voy al Maoseleo.

(Si creéis que este es un chiste malo es porque no habéis leído aún el que viene).

Efectivamente, es tarde. El Maosoleo sólo está abierto hasta las doce, queda media hora para que cierre y hay muchísima gente esperando fuera. Ya vi el cuerpo momificado del dictador en mi anterior visita, así que esta vez me tengo que conformar con ver únicamente su descomunal cola, que sale del edificio y le da la vuelta, sólida y compacta.

Aquí una foto de la cola (os avisé de que el chiste era malo).















Gracias a una simpática pareja de chinos que se me acerca cuando estoy sentado en un banco en la calle comercial cuyo nombre siempre olvido, contrato la excursión larga por la Gran Muralla, la que lleva hasta Simatai. Me han dicho que es agotadora y mucho menos frecuentada por los turistas que el tramo de Badaling. Después de comprar mi billete (vendrán a recogerme al hostal a las seis de la mañana del día siguiente) los chinos me proponen tomar un té en una tetería cercana a la agencia de viajes. Los tipos son majos, y me han estado hablando de baloncesto, así que sólo recuerdo mi anterior experiencia en una tetería en tono de broma. Cuando traen la carta comento, sonriendo, que esta vez me voy a fijar en los precios, no vaya a pasar como en mi anterior visita a Pekín.

Tardo un poco en darme cuenta de que, por increíble que parezca, ese chico simpático y con granos en la cara y su amiga-sobrina-novia delgada, feúcha y con gafas, están tratando de timarme de nuevo. Efectivamente, ahí, en la carta, vuelve a estar mi viejo conocido, el té a 38 euros.

Me pongo en pie, decepcionado y sorprendido. Salgo de la tetería. Camino por la calle, tratando de no tomármelo como algo personal, pero me resulta difícil. Me planteo incluso anular la excursión a la Gran Muralla, la he contratado en una agencia a la que me llevaron estos tipos, además, la he pagado por adelantado; ¿será eso también un timo o se presentarán a buscarme a la hora prevista?

Decido confiar, más que nada porque tengo un recibo y el tipo de la agencia trabaja en una oficina que yo puedo encontrar para reclamar. Sin embargo, de nuevo me encuentro, como en la barca de bambú, a merced de la buena voluntad de los extraños.

Compro un billete para la ópera pekinesa de esa misma noche y, como tengo un rato, decido volver a descansar unas horas en el albergue. Me vendrá bien relajarme un poco. Este segundo intento de timo me ha dejado un cierto sabor amargo.

Casualmente, vuelvo a pasar ante la puerta de la tetería en la que hace un rato han pretendido timarme. Tomo esta foto.















Voy hacia el albergue en metro. Me bajo en Beixinquiao. Aunque por la mañana, cuando he salido de allá, he intentado fijarme en el camino, soy incapaz de encontrar el hostel. Camino y camino a través de callejones, paso frente a docenas de hutongs, tiendas y puestos callejeros que me recuerdan a los de esta mañana pero. Busco en mi móvil la dirección del albergue y se la trato de repetir a unas cuantas personas. Algunos huyen de mí, sabiendo que no vamos a ser capaces de entendernos. Con otros mantengo el típico diálogo de besugos absolutamente inútil. Unos tipos jóvenes de aspecto algo descuidado que están sentados en una acera me miran. Pruebo también con ellos: "¿Hua Geng Hutong?". Repito la dirección cinco o seis veces con diferentes entonaciones. Por fin, uno de ellos parece entender, pero me explica con un gesto muy vago hacia el frente. Cuando me alejo, en la dirección que me ha indicado, me sorprende ver que él y su colega se sonríen entre sí. A estas alturas ya estoy tan irritado que interpreto su sonrisa como una burla: ¿me habrán indicado correctamente la dirección esos vagos que parecen dispuestos a pasar el día con el culo sobre la acera?

Parece que, efectivamente, se han reído de mí, ya que un cuarto de hora más tarde estoy de nuevo en el mismo sitio, pese a haber tratado de seguir sus indicaciones. Sudado y con ganas de ir al baño, me siento más cabreado e impotente que nunca durante el viaje. Realmente, en ese momento puede decirse que odio a China y a cada uno de sus habitantes. Y son 1.300 millones.

Justo en ese momento se me acerca un tipo sonriente. Es uno de los vagos. Durante un segundo, dudo: ¿está riéndose el chaval de que llevo más de media hora vagando por el barrio? Al cabo de un momento, me hace una señal y me pide que le siga. Sin saber muy bien él tampoco el camino - va preguntando por el celebre Hua Geng Hutong a varias personas - me va guiando a través de esos callejones, que a mi me resultan idénticos. Al cabo de diez minutos, estoy ante la puerta del hostal. Saco la cartera y le ofrezco diez yuans por el favor que me ha hecho. Vale, no es más que un euro, pero con eso basta para comprarse tres o cuatro cervezas en China. El caso es que el chico rechaza el dinero. Insisto un poco, tratando de hacerme entender: me ha ayudado y se merece eso por lo menos. Vuelve a rechazarlo y se aleja, con su sonrisa medio burlona aún en los labios. Lo miro desaparecer por el callejón, lleva unos pantalones medio rotos, creo que también una gorra. Luego pienso que tengo que tengo que empezar a ser un poco más listo a la hora de depositar mi confianza en la gente.

Por fin entro al albergue, el australiano de los "Gobi Twins" se ha cortado el pelo y ya no se parece tanto a Sawyer de "Perdidos". Me encierro en el aseo. No me queda demasiado tiempo para descansar. Al cabo de un rato estoy en un mototaxi, haciéndome autofotos, camino de la ópera pekinesa.

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