Hogar, dulce hogar.
lunes, 24 de agosto de 2009
viernes, 21 de agosto de 2009
Los no-lugares y El Lugar
Poco antes de salir hacia China escuché hablar de los "no-lugares" (luego he sabido que es un concepto acuñado por Marc Augé, un antropólogo francés). Al parecer, se trata del nombre que algunos dan a los sitios que no muestran apenas rastros humanos, particularidades, y serían perfectamente intercambiables entre diferentes ciudades, países e incluso continentes, por ejemplo; supermercados, hoteles, aeropuertos, centros comerciales... Cuando lo escuché, me pareció una manera bastante pretenciosa de describir lo que siempre habíamos calificado como lugares impersonales o asépticos.
Sin embargo, a lo largo del viaje por China, no dejé de pensar en los no-lugares. ¿Por qué? No lo sé pero... creo que tal vez porque, en mi opinión, China es El Lugar. Si los no-lugares son sitios en los que todo es estándar, convencional y accesible, China posiblemente es lo contrario. Un país enorme y hermético, en el que apenas sirven el idioma, el alfabeto o los cubiertos usados en ese Occidente que se expande al resto del mundo a través de los no-lugares. Sin embargo El Lugar está, poco a poco, llenándose de no-lugares. Modernos centros comerciales van ocupando los espacios donde antes había mercados callejeros, almacenes de estilo comunista o, simplemente, viviendas humildes.
Hace poco apenas en China, apenas podías encontrar un café. Ahora puedes pedirte un macchiato en cualquier gran ciudad: abren Starbucks, Costa Coffee y franquicias de unas cuantas cadenas más, en todas las esquinas.
A ritmo de vértigo, El Lugar se está convirtiendo en un inmenso No Lugar, como casi todos los países "avanzados". Sí, a ritmo de vértigo, como el del MagLev que tomé para ir desde Pudong, el moderno barrio de las finanzas hasta el aeropuerto. Tomé este vídeo mientras iba de un no lugar a otro... a bordo de un no lugar muy rápido.
Los aeropuertos de Pekín y Shanghai son inmensos y modernísimos, ambos diseñados por arquitectos reconocidos (Norman Foster y Paul Andreu). Bellos edificios que podrían estar en cualquier otra parte del mundo. Y en ninguna. Tal vez estaría bien pensar en esta arquitectura que no nos dice nada sobre el hombre o el lugar en el que está emplazada.
Hace poco apenas en China, apenas podías encontrar un café. Ahora puedes pedirte un macchiato en cualquier gran ciudad: abren Starbucks, Costa Coffee y franquicias de unas cuantas cadenas más, en todas las esquinas.
A ritmo de vértigo, El Lugar se está convirtiendo en un inmenso No Lugar, como casi todos los países "avanzados". Sí, a ritmo de vértigo, como el del MagLev que tomé para ir desde Pudong, el moderno barrio de las finanzas hasta el aeropuerto. Tomé este vídeo mientras iba de un no lugar a otro... a bordo de un no lugar muy rápido.
Los aeropuertos de Pekín y Shanghai son inmensos y modernísimos, ambos diseñados por arquitectos reconocidos (Norman Foster y Paul Andreu). Bellos edificios que podrían estar en cualquier otra parte del mundo. Y en ninguna. Tal vez estaría bien pensar en esta arquitectura que no nos dice nada sobre el hombre o el lugar en el que está emplazada.
Como véis, llego algo pensativo al aeropuerto de Pekín. Empieza el regreso. Es tarde. Todo está iluminado y casi todo cerrado. Un No-lugar desierto. Encuentro una cafetería abierta y pido no-comida (sandwich club y coca cola) y pago a precio de no-lugar.
Me pongo a tomar fotos algo pretenciosas del aeropuerto.
Las camareras de la cafetería desierta ven una película bélica en la tele china. Posiblemente, una de las docenas de pelis sobre la guerra contra los japoneses que produce el régimen comunista para aleccionar a la población china.
Mi avión ha llegado. También él está cenando algo.
miércoles, 19 de agosto de 2009
A las seis y cuarto de la mañana
lunes, 17 de agosto de 2009
La confianza y dónde (no) depositarla
En Pekín, me hospedo en el Flowering House Hostel, simpático, pero difícil de encontrar. Por la noche estuve bebiendo cerveza y jugando a cartas con unos británicos y un australiano en el patio del albergue, un hutong, casa tradicional pekinesa. Estaba tan atontado tratando de entender y participar en su conversación de nativos anglosajones que era incapaz de concentrarme en las cartas. No sé cómo me las apañé para ganar una partida sin acabar de entender las reglas del juego.
Yo creía que mi inglés era digno, pero parece estar muy por debajo de mi cultura musical. Cuando le comento al australiano que viene de la ciudad de uno de mis grupos de pop favoritos, los Go-Betweens, me replica que no conoce de nada a esos Gemelos del Gobi (Gobi Twins).
Al día siguiente, aún sospechando que es ya demasiado tarde para verlo, me acerco al lugar en el que está expuesto el cuerpo embalsamado de Mao Zedong. Vamos, voy al Maoseleo.
(Si creéis que este es un chiste malo es porque no habéis leído aún el que viene).
Efectivamente, es tarde. El Maosoleo sólo está abierto hasta las doce, queda media hora para que cierre y hay muchísima gente esperando fuera. Ya vi el cuerpo momificado del dictador en mi anterior visita, así que esta vez me tengo que conformar con ver únicamente su descomunal cola, que sale del edificio y le da la vuelta, sólida y compacta.
Aquí una foto de la cola (os avisé de que el chiste era malo).
Gracias a una simpática pareja de chinos que se me acerca cuando estoy sentado en un banco en la calle comercial cuyo nombre siempre olvido, contrato la excursión larga por la Gran Muralla, la que lleva hasta Simatai. Me han dicho que es agotadora y mucho menos frecuentada por los turistas que el tramo de Badaling. Después de comprar mi billete (vendrán a recogerme al hostal a las seis de la mañana del día siguiente) los chinos me proponen tomar un té en una tetería cercana a la agencia de viajes. Los tipos son majos, y me han estado hablando de baloncesto, así que sólo recuerdo mi anterior experiencia en una tetería en tono de broma. Cuando traen la carta comento, sonriendo, que esta vez me voy a fijar en los precios, no vaya a pasar como en mi anterior visita a Pekín.
Tardo un poco en darme cuenta de que, por increíble que parezca, ese chico simpático y con granos en la cara y su amiga-sobrina-novia delgada, feúcha y con gafas, están tratando de timarme de nuevo. Efectivamente, ahí, en la carta, vuelve a estar mi viejo conocido, el té a 38 euros.
Me pongo en pie, decepcionado y sorprendido. Salgo de la tetería. Camino por la calle, tratando de no tomármelo como algo personal, pero me resulta difícil. Me planteo incluso anular la excursión a la Gran Muralla, la he contratado en una agencia a la que me llevaron estos tipos, además, la he pagado por adelantado; ¿será eso también un timo o se presentarán a buscarme a la hora prevista?
Decido confiar, más que nada porque tengo un recibo y el tipo de la agencia trabaja en una oficina que yo puedo encontrar para reclamar. Sin embargo, de nuevo me encuentro, como en la barca de bambú, a merced de la buena voluntad de los extraños.
Compro un billete para la ópera pekinesa de esa misma noche y, como tengo un rato, decido volver a descansar unas horas en el albergue. Me vendrá bien relajarme un poco. Este segundo intento de timo me ha dejado un cierto sabor amargo.
Casualmente, vuelvo a pasar ante la puerta de la tetería en la que hace un rato han pretendido timarme. Tomo esta foto.
Voy hacia el albergue en metro. Me bajo en Beixinquiao. Aunque por la mañana, cuando he salido de allá, he intentado fijarme en el camino, soy incapaz de encontrar el hostel. Camino y camino a través de callejones, paso frente a docenas de hutongs, tiendas y puestos callejeros que me recuerdan a los de esta mañana pero. Busco en mi móvil la dirección del albergue y se la trato de repetir a unas cuantas personas. Algunos huyen de mí, sabiendo que no vamos a ser capaces de entendernos. Con otros mantengo el típico diálogo de besugos absolutamente inútil. Unos tipos jóvenes de aspecto algo descuidado que están sentados en una acera me miran. Pruebo también con ellos: "¿Hua Geng Hutong?". Repito la dirección cinco o seis veces con diferentes entonaciones. Por fin, uno de ellos parece entender, pero me explica con un gesto muy vago hacia el frente. Cuando me alejo, en la dirección que me ha indicado, me sorprende ver que él y su colega se sonríen entre sí. A estas alturas ya estoy tan irritado que interpreto su sonrisa como una burla: ¿me habrán indicado correctamente la dirección esos vagos que parecen dispuestos a pasar el día con el culo sobre la acera?
Parece que, efectivamente, se han reído de mí, ya que un cuarto de hora más tarde estoy de nuevo en el mismo sitio, pese a haber tratado de seguir sus indicaciones. Sudado y con ganas de ir al baño, me siento más cabreado e impotente que nunca durante el viaje. Realmente, en ese momento puede decirse que odio a China y a cada uno de sus habitantes. Y son 1.300 millones.
Justo en ese momento se me acerca un tipo sonriente. Es uno de los vagos. Durante un segundo, dudo: ¿está riéndose el chaval de que llevo más de media hora vagando por el barrio? Al cabo de un momento, me hace una señal y me pide que le siga. Sin saber muy bien él tampoco el camino - va preguntando por el celebre Hua Geng Hutong a varias personas - me va guiando a través de esos callejones, que a mi me resultan idénticos. Al cabo de diez minutos, estoy ante la puerta del hostal. Saco la cartera y le ofrezco diez yuans por el favor que me ha hecho. Vale, no es más que un euro, pero con eso basta para comprarse tres o cuatro cervezas en China. El caso es que el chico rechaza el dinero. Insisto un poco, tratando de hacerme entender: me ha ayudado y se merece eso por lo menos. Vuelve a rechazarlo y se aleja, con su sonrisa medio burlona aún en los labios. Lo miro desaparecer por el callejón, lleva unos pantalones medio rotos, creo que también una gorra. Luego pienso que tengo que tengo que empezar a ser un poco más listo a la hora de depositar mi confianza en la gente.
Por fin entro al albergue, el australiano de los "Gobi Twins" se ha cortado el pelo y ya no se parece tanto a Sawyer de "Perdidos". Me encierro en el aseo. No me queda demasiado tiempo para descansar. Al cabo de un rato estoy en un mototaxi, haciéndome autofotos, camino de la ópera pekinesa.
Yo creía que mi inglés era digno, pero parece estar muy por debajo de mi cultura musical. Cuando le comento al australiano que viene de la ciudad de uno de mis grupos de pop favoritos, los Go-Betweens, me replica que no conoce de nada a esos Gemelos del Gobi (Gobi Twins).
Al día siguiente, aún sospechando que es ya demasiado tarde para verlo, me acerco al lugar en el que está expuesto el cuerpo embalsamado de Mao Zedong. Vamos, voy al Maoseleo.
(Si creéis que este es un chiste malo es porque no habéis leído aún el que viene).
Efectivamente, es tarde. El Maosoleo sólo está abierto hasta las doce, queda media hora para que cierre y hay muchísima gente esperando fuera. Ya vi el cuerpo momificado del dictador en mi anterior visita, así que esta vez me tengo que conformar con ver únicamente su descomunal cola, que sale del edificio y le da la vuelta, sólida y compacta.
Aquí una foto de la cola (os avisé de que el chiste era malo).
Gracias a una simpática pareja de chinos que se me acerca cuando estoy sentado en un banco en la calle comercial cuyo nombre siempre olvido, contrato la excursión larga por la Gran Muralla, la que lleva hasta Simatai. Me han dicho que es agotadora y mucho menos frecuentada por los turistas que el tramo de Badaling. Después de comprar mi billete (vendrán a recogerme al hostal a las seis de la mañana del día siguiente) los chinos me proponen tomar un té en una tetería cercana a la agencia de viajes. Los tipos son majos, y me han estado hablando de baloncesto, así que sólo recuerdo mi anterior experiencia en una tetería en tono de broma. Cuando traen la carta comento, sonriendo, que esta vez me voy a fijar en los precios, no vaya a pasar como en mi anterior visita a Pekín.
Tardo un poco en darme cuenta de que, por increíble que parezca, ese chico simpático y con granos en la cara y su amiga-sobrina-novia delgada, feúcha y con gafas, están tratando de timarme de nuevo. Efectivamente, ahí, en la carta, vuelve a estar mi viejo conocido, el té a 38 euros.
Me pongo en pie, decepcionado y sorprendido. Salgo de la tetería. Camino por la calle, tratando de no tomármelo como algo personal, pero me resulta difícil. Me planteo incluso anular la excursión a la Gran Muralla, la he contratado en una agencia a la que me llevaron estos tipos, además, la he pagado por adelantado; ¿será eso también un timo o se presentarán a buscarme a la hora prevista?
Decido confiar, más que nada porque tengo un recibo y el tipo de la agencia trabaja en una oficina que yo puedo encontrar para reclamar. Sin embargo, de nuevo me encuentro, como en la barca de bambú, a merced de la buena voluntad de los extraños.
Compro un billete para la ópera pekinesa de esa misma noche y, como tengo un rato, decido volver a descansar unas horas en el albergue. Me vendrá bien relajarme un poco. Este segundo intento de timo me ha dejado un cierto sabor amargo.
Casualmente, vuelvo a pasar ante la puerta de la tetería en la que hace un rato han pretendido timarme. Tomo esta foto.
Voy hacia el albergue en metro. Me bajo en Beixinquiao. Aunque por la mañana, cuando he salido de allá, he intentado fijarme en el camino, soy incapaz de encontrar el hostel. Camino y camino a través de callejones, paso frente a docenas de hutongs, tiendas y puestos callejeros que me recuerdan a los de esta mañana pero. Busco en mi móvil la dirección del albergue y se la trato de repetir a unas cuantas personas. Algunos huyen de mí, sabiendo que no vamos a ser capaces de entendernos. Con otros mantengo el típico diálogo de besugos absolutamente inútil. Unos tipos jóvenes de aspecto algo descuidado que están sentados en una acera me miran. Pruebo también con ellos: "¿Hua Geng Hutong?". Repito la dirección cinco o seis veces con diferentes entonaciones. Por fin, uno de ellos parece entender, pero me explica con un gesto muy vago hacia el frente. Cuando me alejo, en la dirección que me ha indicado, me sorprende ver que él y su colega se sonríen entre sí. A estas alturas ya estoy tan irritado que interpreto su sonrisa como una burla: ¿me habrán indicado correctamente la dirección esos vagos que parecen dispuestos a pasar el día con el culo sobre la acera?
Parece que, efectivamente, se han reído de mí, ya que un cuarto de hora más tarde estoy de nuevo en el mismo sitio, pese a haber tratado de seguir sus indicaciones. Sudado y con ganas de ir al baño, me siento más cabreado e impotente que nunca durante el viaje. Realmente, en ese momento puede decirse que odio a China y a cada uno de sus habitantes. Y son 1.300 millones.
Justo en ese momento se me acerca un tipo sonriente. Es uno de los vagos. Durante un segundo, dudo: ¿está riéndose el chaval de que llevo más de media hora vagando por el barrio? Al cabo de un momento, me hace una señal y me pide que le siga. Sin saber muy bien él tampoco el camino - va preguntando por el celebre Hua Geng Hutong a varias personas - me va guiando a través de esos callejones, que a mi me resultan idénticos. Al cabo de diez minutos, estoy ante la puerta del hostal. Saco la cartera y le ofrezco diez yuans por el favor que me ha hecho. Vale, no es más que un euro, pero con eso basta para comprarse tres o cuatro cervezas en China. El caso es que el chico rechaza el dinero. Insisto un poco, tratando de hacerme entender: me ha ayudado y se merece eso por lo menos. Vuelve a rechazarlo y se aleja, con su sonrisa medio burlona aún en los labios. Lo miro desaparecer por el callejón, lleva unos pantalones medio rotos, creo que también una gorra. Luego pienso que tengo que tengo que empezar a ser un poco más listo a la hora de depositar mi confianza en la gente.
Por fin entro al albergue, el australiano de los "Gobi Twins" se ha cortado el pelo y ya no se parece tanto a Sawyer de "Perdidos". Me encierro en el aseo. No me queda demasiado tiempo para descansar. Al cabo de un rato estoy en un mototaxi, haciéndome autofotos, camino de la ópera pekinesa.
jueves, 13 de agosto de 2009
Guilin Express
Con un vuelo para Pekín a las cuatro de la tarde, sólo tenía unas pocas horas para ver la parte luminosa de Guilin (la oscura - esa sabia combinación de ratas, tatuajes y concesionarios de motos - ya había tenido oportunidad de disfrutarla a tope) así que después del desayuno, me separo de Alfonso y Patri y me dedico a recorrer los atractivos turísticos de la ciudad... contrarreloj.
Después vuelvo a las pagodas. Las que vimos anoche. Una de ellas está en el interior del lago, sin que se vea ningún puente por el que acceder.
Me sorprende ver que... la manera de llegar a esa segunda pagoda es un túnel subacuático que la comunica con la primera.
Como se puede deducir de lo del túnel, las pagodas han sido reconstruidas totalmente. De hecho, en su interior hay sendos ascensores.
He quedado en el hotel con Patricia y Alfonso para compartir un taxi hasta el aeropuerto, pero mi visita turística ha sido tan rápida, que tengo media hora libre. Paso frente al río Li y, soprendentemente, veo a bastantes chinos bañándose. Voy en calzoncillos, pero decido bañarme, creyendo que, al ser de estilo deportivo, mi aspecto no le llamará demasiado la atención a nadie.
Pese a lo que decía una advertencia del hotel, el río es muy apacible y el agua parece estar limpia. Salgo del río, feliz y refrescado, un chino que también se estaba bañando se ofrece para tomarme un par de fotos. Poso, satisfecho. Luego veo las fotos. Vaya. No, eso era claramente un calzoncillo. Tomo otra nota mental: no volver a posar jamás en esa postura.
Patricia y Alfonso se quedan en el restaurante del aeropuerto de Guilin. Yo tengo que embarcar para mi vuelo a Pekín. Nos despedimos hasta Chamberí. Ha sido estupendo tener unos compañeros de viaje así. Sin ellos, sólo hubiera conocido la injustamente desconocida cara turbia de Guilin.
Dos horas de retraso. Nos dan la comida en el avión, antes de que éste despegue. Esto se está convirtiendo en una costumbre en mis vuelos chinos.
Primero me acerco a la colina de la Trompa del elefante.
Me sorprende ver que... la manera de llegar a esa segunda pagoda es un túnel subacuático que la comunica con la primera.
En el piso superior de la segunda pagoda, veo esta gran imagen de Buda. También hay fotos de un caballero ataviado como el Dalai Lama, pero que evidentemente, no es el Dalai Lama. Tomo otra nota mental, cuando vuelva, tengo que enterarme sobre la situación del budismo en China. ¿Existen líderes budistas aceptados por el Gobierno Chino? ¿Sustitutos aceptables del Dalai Lama?
Ahora entiendo porqué el chino que tomaba las fotos estaba tan risueño.
No, no pienso publicarlas. Jamás.
No, no pienso publicarlas. Jamás.
Por fin, el avión despega, me lleva de vuelta a Pekín, donde empezó este viaje.
martes, 11 de agosto de 2009
Una caja enigmática, una barca de bambú y varias viejas canciones
Tal vez por la juerga de la otra noche, tal vez porque el sueño es casi lo único caprichoso que tengo, abro los ojos a las cinco de la mañana en el albergue y, pese a que lo intento durante un rato, no puedo volver a dormir. Así que, en un raro impulso, me pongo en pie y me visto en silencio, para no volver a molestar a mis compañeros de habitación. Tomo la cartera, la llave de la taquilla y el móvil (algo mucho menos útil que la máquina de fotos que, en cambio, olvido, dejando sin imágenes uno de los momentos más memorables del viaje) y bajo. Le doy un buen susto al chino que duerme en el sofá junto a recepción, el mismo al que desperté el día que volví de juerga. El tipo tiene que estar desesperado conmigo. Una vez por trasnochador, otra por madrugador, nunca le dejó dormir en paz. Por fin, me abre la puerta y salgo. No han dado todavía las seis de la mañana, pero en el mercado ya hay cierta animación. Por fin encuentro lo que busco: una trabajadora de un hotel está sacando a la calle las bicis para alquilar. Antes de que pueda sacarlas todas, ya le he alquilado una. Tiene una cesta con tapa en la parte trasera. He visto muchas de estas. Normalmente, dentro de la cesta va una gallina viva. Claro, si no estuviera viva, la tapa no sería tan necesaria.
Voy pensando en esto de la gallina y la cesta mientras salgo de Yangshuo por la primera carretera que pillo. Sin planear nada. Tampoco hay mucha manera de planear ya que en algún sitio, posiblemente en el barco, me dejé olvidada la guía del Verdadero Viajero. ¿Hay algo más propio de un Verdadero Viajero que viajar sin guía? - me consuelo.
Voy pensando en esto de la gallina y la cesta mientras salgo de Yangshuo por la primera carretera que pillo. Sin planear nada. Tampoco hay mucha manera de planear ya que en algún sitio, posiblemente en el barco, me dejé olvidada la guía del Verdadero Viajero. ¿Hay algo más propio de un Verdadero Viajero que viajar sin guía? - me consuelo.
Así que allá voy, alejándome de la ciudad sin rumbo fijo. Paso junto a casas de pueblo en las que comienza a cantar un gallo. Acurrucada junto a la puerta, una mujer lavándose los dientes con un cuenco de agua. Más allá, un tío en la misma postura, pero comiendo tallarines para desayunar. Todos se quedan un poco sorprendidos por ver a un occidental en bici cantando a Leonard Cohen a las seis de la mañana.
Me salgo de la carretera asfaltada, no recuerdo porqué. Paso junto a arrozales (me tengo que informar sobre el cultivo del arroz: ¿por qué, a la vez, en el mismo sitio, uno puede ver la planta de arroz en casi todos sus estados, verde, amarillenta y apenas en brote?) y a algunos campos ligeramente encharcados que están arando al estilo ancestral, con un arado de madera y metal tirado por un "búfalo de agua".
Después de un buen rato pedaleando por caminos pedregosos, llego a un pueblo en el que hay mucho ajetreo. Unos tipos vestidos de blanco beben, mientras mujeres de unos sesenta años, maquilladas de blanco tocan unos pequeños tamborcitos. Mientras, el tonto del pueblo es el encargado de las tracas y recibe broncas de un tipo que parece el encargado del festejo.
Después de un buen rato pedaleando por caminos pedregosos, llego a un pueblo en el que hay mucho ajetreo. Unos tipos vestidos de blanco beben, mientras mujeres de unos sesenta años, maquilladas de blanco tocan unos pequeños tamborcitos. Mientras, el tonto del pueblo es el encargado de las tracas y recibe broncas de un tipo que parece el encargado del festejo.
¿En qué consiste el festejo? Sigo sin saberlo, pero el caso es que, cuando ya he dejado mi bici aparcada y trato de confundirme con la gente, cosa imposible, dado que, evidentemente, soy el único occidental en varios kilómetros a la redonda, comienza la ceremonia. Una banda de música con uniformes tan estridentes como sus instrumentos abre la marcha. Les sigue la docena de mujeres maquilladas de blanco, con sus tamborcitos. Detrás, un grupo de hombres y mujeres, algunos con palmas como las del día de Ramos en España. Caminan de espaldas, lentamente, todos mirando hacia... el centro de la procesión, que es una caja alargada y pesada que llevan a hombros algunos de los que bebían sentados cuando yo he llegado al pueblo. Un hombre mayor, vestido también de blanco pero con un cartel escrito en rojo colgado al pecho, se va arrodillando ante la gran caja, que parece muy pesada, retrasando la marcha todavía más. Detrás de la enigmática caja, más músicos, con tambores e instrumentos de cuerda que no sabría nombrar pero que contribuyen a crear un ritmo enfermizo y frenético. Para aumentar esta sensación, cuatro personas metidas en dos dragones de tela, bailan entre los músicos y el ruido de los petardos que el tonto del pueblo siempre parece encender en un momento que el resto de los asistentes considera inapropiado.
El cortejo sigue caminando, muy lentamente, alejándose de la aldea por la estrecha carretera. No sé de qué se trata. Lo más posible es que sea un entierro con ceremonia religiosa, pero ni la caja que llevan parece exactamente un ataúd ni la expresión de la gente que acompaña la procesión no es de gran pena. Cuando tenga tiempo intentaré informarme sobre qué carajo es lo que vi (después de enterarme de lo del arroz, investigaré un poco sobre esto). Debo volver al albergue de Yangshuo antes de las doce para dejar la habitación, así que, en lugar de seguir a la comitiva, tomo la bici de nuevo para volver allá.
Evidentemente, no recuerdo el camino por el que he llegado a esa aldea. Recorro pueblos, estoy a punto de atropellar patos, gallinas y perros, hasta que llego, por fin, a una carretera asfaltada. Todo parece prometedor. Hasta que compruebo que la carretera asfaltada desemboca en un río. En la otra orilla, un montón de turistas y "gondeleros" con sus estrechas barcas de bambú como las de los vendedores que nos abordaban para vender cosas cuando bajábamos por el río Li. Pero yo estoy, con mi bici, al otro lado del río.
Evidentemente, no recuerdo el camino por el que he llegado a esa aldea. Recorro pueblos, estoy a punto de atropellar patos, gallinas y perros, hasta que llego, por fin, a una carretera asfaltada. Todo parece prometedor. Hasta que compruebo que la carretera asfaltada desemboca en un río. En la otra orilla, un montón de turistas y "gondeleros" con sus estrechas barcas de bambú como las de los vendedores que nos abordaban para vender cosas cuando bajábamos por el río Li. Pero yo estoy, con mi bici, al otro lado del río.
Un viejo "gondolero" se fija en mi y me dice con signos que me cruza el río. Antes de hacerlo fija el precio: 10 yuans. Es demasiada pasta, pero no estoy en condiciones de regatear demasiado. Le pregunto si sube también la bici. Me dice que ok. Diez yuans y cuatro paladas más tarde, el río en esa zona es muy poco profundo, los "gondoleros" impulsan la barca empujando la pértiga contra el fondo, ya estamos al otro lado. Con la bici medio mojada. El hombre se ofrece a bajarme el río, dos horas de trayecto por el Li, con mi bici atada. 140 yuans. Me ahorraría un buen rato en bici pasando mucho calor si eso me acercara a Yangshuo. Si no, sería una manera bastante cara de alejarme de mi camino. Trato de preguntarles al barquero y al tipo que vende los tickets, los dos asienten: Yangshuo no queda lejos del punto al que llegan las barcas, parecen querer decirme. Pero no estoy del todo seguro, por su expresión uno diría que lo único que les interesa es conseguir un cliente más. Aún así, me fío. Pago. Amarramos bien la bici a la barca y comienzo a bajar el río, impulsado por el anciano.
Ahí me encuentro, bajo una sombrilla inservible, confiando, como Blanche DuBois y como tantas veces en China, en la buena voluntad de los extraños. ¿Me acercará verdaderamente esta canoa de bambú a Yangshuo? La duda me inquieta, pero no tanto como para impedirme disfrutar del paisaje un rato y... dormirme durante otro rato. Menos de dos horas más tarde, la travesía llega a su fin. La cadena de la bici se ha salido. Intento devolverla a sus sitio pero, cuando apenas he empezado, un chino se me acerca con un destornillador. Se ofrece a ayudarme. Por diez yuans. Otra vez. Acepto.
Ahí me encuentro, bajo una sombrilla inservible, confiando, como Blanche DuBois y como tantas veces en China, en la buena voluntad de los extraños. ¿Me acercará verdaderamente esta canoa de bambú a Yangshuo? La duda me inquieta, pero no tanto como para impedirme disfrutar del paisaje un rato y... dormirme durante otro rato. Menos de dos horas más tarde, la travesía llega a su fin. La cadena de la bici se ha salido. Intento devolverla a sus sitio pero, cuando apenas he empezado, un chino se me acerca con un destornillador. Se ofrece a ayudarme. Por diez yuans. Otra vez. Acepto.
Ya con la bici arreglada, pregunto el camino hacia Yangshuo. Alguien que parece entenderme, me señala hacia la izquierda. Tengo menos de una hora para llegar. Volver a la bici me anima. Vuelvo a cantar a Leonard Cohen. "Jane, came with a lock of your hair... she said that you gave it to her". Una de las últimas noches en Madrid, canté esto con una amiga en un bar. Ahora ese recuerdo parece tan lejano, como si fuera algo ocurrido en otra vida.
Llego a Yanghsuo sin problemas y con mucho tiempo. Devuelvo la bici. Me doy una ducha en el albergue, dejo la habitación y vuelvo a comer al MacDonald's. Una especie de desayuno a base de Big Mac. Son las doce y media de la mañana.
Después de tantos albergues, voy a disfrutar de mi primer hotel, mi primera habitación y aseo individual. Saco fotos de todo, emocionado.
Luego, aunque ya es de noche, salimos a ver la parte de Guilin que me perdí la otra vez. Aquí no hay ratas ni concesionarios de motos. Aquí hay dos lagos, junto a uno de ellos, dos pagodas iluminadas. Muy cerca, calles comerciales, bares. Todo tiene muy buena pinta. Mañana tengo unas pocas horas para poder ver en plan turista express todo lo que me perdí la otra vez.
Nos quedamos hablando de música española en un bar de la zona comercial de Guilin. Metidos en nuestro rollo de Gabinete Caligari, Antonio Vega, etc... no nos damos cuenta de que la camarera china, sentada en una silla, está esperando a que nos acabemos la última cerveza para cerrar el bar. Volvemos al hotel canturreando algunas letras absurdas e inolvidables "Han caído los dos, desde un punto de vista exclusivo..."
lunes, 10 de agosto de 2009
Suena el teléfono
Por primera vez desde que estoy fuera, descuelgo. Una voz habla en castellano, con un acento que sólo podría describir como... extranjero.
- ¿Señor Castro?
- Soy yo, ¿quién es?
- Soy Émile de Blanchard. De la AVV.
- ¿La Asociación de Verdaderos Viajeros?
- Efectivamente, le llamo desde nuestra sede en Genève.
- Es un honor. Precisamente, me encuentro de viaje... en Yangshuo, China.
- Lo sabemos.
- Bien... ¿cuál es el objeto de su llamada? ¿Tiene que ver con mi candidatura a la comisión directiva?
- Sí, podría decirse que sí. Me temo que... le vamos a solicitar que retire su nombre de la lista.
- ¿Perdón?
- De hecho, sería conveniente que abandonara nuestra asociación por iniciativa propia.
- ¿Cómo? No entiendo nada...
- Ha llegado a nuestras manos cierta información que consideramos relevante y que es... absolutamente incompatible con los estatutos de esta asociación. El presidente me ha pedido que le haga esta llamada.
- Llevo años viajando, prácticamente nací en una autocaravana... Creo que tengo méritos más que suficientes para ser directivo de la AVV. No digamos ya para ser un miembro ordinario. Es cierto, me falta Oceanía y tengo grandes lagunas en África pero... ¿quién me gana en Europa y el Magreb? He visitado cada rincón, cada monasterio, cada gruta...
- No tiene que ver con ese tipo de méritos, señor Castro. Insisto en que hemos recibido cierta información. Sobre el viaje que está llevando a cabo en estos momentos.
- ¿Cómo? ¿Me han seguido hasta China?
- No puedo revelar la fuente que nos ha proporcionado las pruebas, pero éstas son irrefutables. Un verdadero viajero debe integrarse en el país que visita, debe conocer sus costumbres, respetarlas e informarse sobre sus tradiciones.
- Ya lo sé, Émile, no hace falta que me recite el artículo 3 del código del Verdadero Viajero. Llevo más de dos semanas siguiéndolo a rajatabla en China. Viajando en metro, comiendo insectos en chiringuitos infectos, desplazándome en bici y tragándome la contaminación de Pekín...
- Se lo ruego, señor Castro, no haga esto más penoso de lo estrictamente necesario. Se lo repito: tenemos pruebas.
- ¿Señor Castro?
- Soy yo, ¿quién es?
- Soy Émile de Blanchard. De la AVV.
- ¿La Asociación de Verdaderos Viajeros?
- Efectivamente, le llamo desde nuestra sede en Genève.
- Es un honor. Precisamente, me encuentro de viaje... en Yangshuo, China.
- Lo sabemos.
- Bien... ¿cuál es el objeto de su llamada? ¿Tiene que ver con mi candidatura a la comisión directiva?
- Sí, podría decirse que sí. Me temo que... le vamos a solicitar que retire su nombre de la lista.
- ¿Perdón?
- De hecho, sería conveniente que abandonara nuestra asociación por iniciativa propia.
- ¿Cómo? No entiendo nada...
- Ha llegado a nuestras manos cierta información que consideramos relevante y que es... absolutamente incompatible con los estatutos de esta asociación. El presidente me ha pedido que le haga esta llamada.
- Llevo años viajando, prácticamente nací en una autocaravana... Creo que tengo méritos más que suficientes para ser directivo de la AVV. No digamos ya para ser un miembro ordinario. Es cierto, me falta Oceanía y tengo grandes lagunas en África pero... ¿quién me gana en Europa y el Magreb? He visitado cada rincón, cada monasterio, cada gruta...
- No tiene que ver con ese tipo de méritos, señor Castro. Insisto en que hemos recibido cierta información. Sobre el viaje que está llevando a cabo en estos momentos.
- ¿Cómo? ¿Me han seguido hasta China?
- No puedo revelar la fuente que nos ha proporcionado las pruebas, pero éstas son irrefutables. Un verdadero viajero debe integrarse en el país que visita, debe conocer sus costumbres, respetarlas e informarse sobre sus tradiciones.
- Ya lo sé, Émile, no hace falta que me recite el artículo 3 del código del Verdadero Viajero. Llevo más de dos semanas siguiéndolo a rajatabla en China. Viajando en metro, comiendo insectos en chiringuitos infectos, desplazándome en bici y tragándome la contaminación de Pekín...
- Se lo ruego, señor Castro, no haga esto más penoso de lo estrictamente necesario. Se lo repito: tenemos pruebas.
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