lunes, 24 de agosto de 2009
viernes, 21 de agosto de 2009
Los no-lugares y El Lugar
Hace poco apenas en China, apenas podías encontrar un café. Ahora puedes pedirte un macchiato en cualquier gran ciudad: abren Starbucks, Costa Coffee y franquicias de unas cuantas cadenas más, en todas las esquinas.
A ritmo de vértigo, El Lugar se está convirtiendo en un inmenso No Lugar, como casi todos los países "avanzados". Sí, a ritmo de vértigo, como el del MagLev que tomé para ir desde Pudong, el moderno barrio de las finanzas hasta el aeropuerto. Tomé este vídeo mientras iba de un no lugar a otro... a bordo de un no lugar muy rápido.
Los aeropuertos de Pekín y Shanghai son inmensos y modernísimos, ambos diseñados por arquitectos reconocidos (Norman Foster y Paul Andreu). Bellos edificios que podrían estar en cualquier otra parte del mundo. Y en ninguna. Tal vez estaría bien pensar en esta arquitectura que no nos dice nada sobre el hombre o el lugar en el que está emplazada.
Me pongo a tomar fotos algo pretenciosas del aeropuerto.
Mi avión ha llegado. También él está cenando algo.
miércoles, 19 de agosto de 2009
A las seis y cuarto de la mañana
lunes, 17 de agosto de 2009
La confianza y dónde (no) depositarla
Yo creía que mi inglés era digno, pero parece estar muy por debajo de mi cultura musical. Cuando le comento al australiano que viene de la ciudad de uno de mis grupos de pop favoritos, los Go-Betweens, me replica que no conoce de nada a esos Gemelos del Gobi (Gobi Twins).
Al día siguiente, aún sospechando que es ya demasiado tarde para verlo, me acerco al lugar en el que está expuesto el cuerpo embalsamado de Mao Zedong. Vamos, voy al Maoseleo.
(Si creéis que este es un chiste malo es porque no habéis leído aún el que viene).
Efectivamente, es tarde. El Maosoleo sólo está abierto hasta las doce, queda media hora para que cierre y hay muchísima gente esperando fuera. Ya vi el cuerpo momificado del dictador en mi anterior visita, así que esta vez me tengo que conformar con ver únicamente su descomunal cola, que sale del edificio y le da la vuelta, sólida y compacta.
Aquí una foto de la cola (os avisé de que el chiste era malo).
Gracias a una simpática pareja de chinos que se me acerca cuando estoy sentado en un banco en la calle comercial cuyo nombre siempre olvido, contrato la excursión larga por la Gran Muralla, la que lleva hasta Simatai. Me han dicho que es agotadora y mucho menos frecuentada por los turistas que el tramo de Badaling. Después de comprar mi billete (vendrán a recogerme al hostal a las seis de la mañana del día siguiente) los chinos me proponen tomar un té en una tetería cercana a la agencia de viajes. Los tipos son majos, y me han estado hablando de baloncesto, así que sólo recuerdo mi anterior experiencia en una tetería en tono de broma. Cuando traen la carta comento, sonriendo, que esta vez me voy a fijar en los precios, no vaya a pasar como en mi anterior visita a Pekín.
Tardo un poco en darme cuenta de que, por increíble que parezca, ese chico simpático y con granos en la cara y su amiga-sobrina-novia delgada, feúcha y con gafas, están tratando de timarme de nuevo. Efectivamente, ahí, en la carta, vuelve a estar mi viejo conocido, el té a 38 euros.
Me pongo en pie, decepcionado y sorprendido. Salgo de la tetería. Camino por la calle, tratando de no tomármelo como algo personal, pero me resulta difícil. Me planteo incluso anular la excursión a la Gran Muralla, la he contratado en una agencia a la que me llevaron estos tipos, además, la he pagado por adelantado; ¿será eso también un timo o se presentarán a buscarme a la hora prevista?
Decido confiar, más que nada porque tengo un recibo y el tipo de la agencia trabaja en una oficina que yo puedo encontrar para reclamar. Sin embargo, de nuevo me encuentro, como en la barca de bambú, a merced de la buena voluntad de los extraños.
Compro un billete para la ópera pekinesa de esa misma noche y, como tengo un rato, decido volver a descansar unas horas en el albergue. Me vendrá bien relajarme un poco. Este segundo intento de timo me ha dejado un cierto sabor amargo.
Casualmente, vuelvo a pasar ante la puerta de la tetería en la que hace un rato han pretendido timarme. Tomo esta foto.
Voy hacia el albergue en metro. Me bajo en Beixinquiao. Aunque por la mañana, cuando he salido de allá, he intentado fijarme en el camino, soy incapaz de encontrar el hostel. Camino y camino a través de callejones, paso frente a docenas de hutongs, tiendas y puestos callejeros que me recuerdan a los de esta mañana pero. Busco en mi móvil la dirección del albergue y se la trato de repetir a unas cuantas personas. Algunos huyen de mí, sabiendo que no vamos a ser capaces de entendernos. Con otros mantengo el típico diálogo de besugos absolutamente inútil. Unos tipos jóvenes de aspecto algo descuidado que están sentados en una acera me miran. Pruebo también con ellos: "¿Hua Geng Hutong?". Repito la dirección cinco o seis veces con diferentes entonaciones. Por fin, uno de ellos parece entender, pero me explica con un gesto muy vago hacia el frente. Cuando me alejo, en la dirección que me ha indicado, me sorprende ver que él y su colega se sonríen entre sí. A estas alturas ya estoy tan irritado que interpreto su sonrisa como una burla: ¿me habrán indicado correctamente la dirección esos vagos que parecen dispuestos a pasar el día con el culo sobre la acera?
Parece que, efectivamente, se han reído de mí, ya que un cuarto de hora más tarde estoy de nuevo en el mismo sitio, pese a haber tratado de seguir sus indicaciones. Sudado y con ganas de ir al baño, me siento más cabreado e impotente que nunca durante el viaje. Realmente, en ese momento puede decirse que odio a China y a cada uno de sus habitantes. Y son 1.300 millones.
Justo en ese momento se me acerca un tipo sonriente. Es uno de los vagos. Durante un segundo, dudo: ¿está riéndose el chaval de que llevo más de media hora vagando por el barrio? Al cabo de un momento, me hace una señal y me pide que le siga. Sin saber muy bien él tampoco el camino - va preguntando por el celebre Hua Geng Hutong a varias personas - me va guiando a través de esos callejones, que a mi me resultan idénticos. Al cabo de diez minutos, estoy ante la puerta del hostal. Saco la cartera y le ofrezco diez yuans por el favor que me ha hecho. Vale, no es más que un euro, pero con eso basta para comprarse tres o cuatro cervezas en China. El caso es que el chico rechaza el dinero. Insisto un poco, tratando de hacerme entender: me ha ayudado y se merece eso por lo menos. Vuelve a rechazarlo y se aleja, con su sonrisa medio burlona aún en los labios. Lo miro desaparecer por el callejón, lleva unos pantalones medio rotos, creo que también una gorra. Luego pienso que tengo que tengo que empezar a ser un poco más listo a la hora de depositar mi confianza en la gente.
Por fin entro al albergue, el australiano de los "Gobi Twins" se ha cortado el pelo y ya no se parece tanto a Sawyer de "Perdidos". Me encierro en el aseo. No me queda demasiado tiempo para descansar. Al cabo de un rato estoy en un mototaxi, haciéndome autofotos, camino de la ópera pekinesa.
jueves, 13 de agosto de 2009
Guilin Express
Me sorprende ver que... la manera de llegar a esa segunda pagoda es un túnel subacuático que la comunica con la primera.
No, no pienso publicarlas. Jamás.
martes, 11 de agosto de 2009
Una caja enigmática, una barca de bambú y varias viejas canciones
Voy pensando en esto de la gallina y la cesta mientras salgo de Yangshuo por la primera carretera que pillo. Sin planear nada. Tampoco hay mucha manera de planear ya que en algún sitio, posiblemente en el barco, me dejé olvidada la guía del Verdadero Viajero. ¿Hay algo más propio de un Verdadero Viajero que viajar sin guía? - me consuelo.
Después de un buen rato pedaleando por caminos pedregosos, llego a un pueblo en el que hay mucho ajetreo. Unos tipos vestidos de blanco beben, mientras mujeres de unos sesenta años, maquilladas de blanco tocan unos pequeños tamborcitos. Mientras, el tonto del pueblo es el encargado de las tracas y recibe broncas de un tipo que parece el encargado del festejo.
Evidentemente, no recuerdo el camino por el que he llegado a esa aldea. Recorro pueblos, estoy a punto de atropellar patos, gallinas y perros, hasta que llego, por fin, a una carretera asfaltada. Todo parece prometedor. Hasta que compruebo que la carretera asfaltada desemboca en un río. En la otra orilla, un montón de turistas y "gondeleros" con sus estrechas barcas de bambú como las de los vendedores que nos abordaban para vender cosas cuando bajábamos por el río Li. Pero yo estoy, con mi bici, al otro lado del río.
Ahí me encuentro, bajo una sombrilla inservible, confiando, como Blanche DuBois y como tantas veces en China, en la buena voluntad de los extraños. ¿Me acercará verdaderamente esta canoa de bambú a Yangshuo? La duda me inquieta, pero no tanto como para impedirme disfrutar del paisaje un rato y... dormirme durante otro rato. Menos de dos horas más tarde, la travesía llega a su fin. La cadena de la bici se ha salido. Intento devolverla a sus sitio pero, cuando apenas he empezado, un chino se me acerca con un destornillador. Se ofrece a ayudarme. Por diez yuans. Otra vez. Acepto.
Llego a Yanghsuo sin problemas y con mucho tiempo. Devuelvo la bici. Me doy una ducha en el albergue, dejo la habitación y vuelvo a comer al MacDonald's. Una especie de desayuno a base de Big Mac. Son las doce y media de la mañana.
Después de tantos albergues, voy a disfrutar de mi primer hotel, mi primera habitación y aseo individual. Saco fotos de todo, emocionado.
Nos quedamos hablando de música española en un bar de la zona comercial de Guilin. Metidos en nuestro rollo de Gabinete Caligari, Antonio Vega, etc... no nos damos cuenta de que la camarera china, sentada en una silla, está esperando a que nos acabemos la última cerveza para cerrar el bar. Volvemos al hotel canturreando algunas letras absurdas e inolvidables "Han caído los dos, desde un punto de vista exclusivo..."
lunes, 10 de agosto de 2009
Suena el teléfono
- ¿Señor Castro?
- Soy yo, ¿quién es?
- Soy Émile de Blanchard. De la AVV.
- ¿La Asociación de Verdaderos Viajeros?
- Efectivamente, le llamo desde nuestra sede en Genève.
- Es un honor. Precisamente, me encuentro de viaje... en Yangshuo, China.
- Lo sabemos.
- Bien... ¿cuál es el objeto de su llamada? ¿Tiene que ver con mi candidatura a la comisión directiva?
- Sí, podría decirse que sí. Me temo que... le vamos a solicitar que retire su nombre de la lista.
- ¿Perdón?
- De hecho, sería conveniente que abandonara nuestra asociación por iniciativa propia.
- ¿Cómo? No entiendo nada...
- Ha llegado a nuestras manos cierta información que consideramos relevante y que es... absolutamente incompatible con los estatutos de esta asociación. El presidente me ha pedido que le haga esta llamada.
- Llevo años viajando, prácticamente nací en una autocaravana... Creo que tengo méritos más que suficientes para ser directivo de la AVV. No digamos ya para ser un miembro ordinario. Es cierto, me falta Oceanía y tengo grandes lagunas en África pero... ¿quién me gana en Europa y el Magreb? He visitado cada rincón, cada monasterio, cada gruta...
- No tiene que ver con ese tipo de méritos, señor Castro. Insisto en que hemos recibido cierta información. Sobre el viaje que está llevando a cabo en estos momentos.
- ¿Cómo? ¿Me han seguido hasta China?
- No puedo revelar la fuente que nos ha proporcionado las pruebas, pero éstas son irrefutables. Un verdadero viajero debe integrarse en el país que visita, debe conocer sus costumbres, respetarlas e informarse sobre sus tradiciones.
- Ya lo sé, Émile, no hace falta que me recite el artículo 3 del código del Verdadero Viajero. Llevo más de dos semanas siguiéndolo a rajatabla en China. Viajando en metro, comiendo insectos en chiringuitos infectos, desplazándome en bici y tragándome la contaminación de Pekín...
- Se lo ruego, señor Castro, no haga esto más penoso de lo estrictamente necesario. Se lo repito: tenemos pruebas.
domingo, 9 de agosto de 2009
Con resaca, en Yangshuo
sábado, 8 de agosto de 2009
Guilin
Viajar tiene buena prensa, como las milenarias tradiciones orientales, los oligoelementos y la economía sostenible. Pero no voy a ser yo quien contribuya a continuar con esa falacia.
Uno ha dedicado años en descubrir cuál es su barrio favorito de la ciudad, ha tardado en encontrar que le gusta el espresso de esa cafetería, ha dedicado meses a saber que se encuentra a gusto con estos amigos y no con aquellos otros. Se ha acostumbrado al ruido del tráfico de su calle y ha conseguido encontrarle encanto incluso al chirrido de la persiana sin engrasar del garaje de abajo. ¿Cómo conseguir de pronto no echar de menos todas esas costumbres que uno ha ido adquiriendo, todas esas ventajas que uno ha ido trabajándose con el tiempo? ¿Cómo llegar de pronto a una ciudad en la que uno no ha estado en su vida, donde se habla un idioma que uno ni siquiera conoce, y encontrarse tan a gusto en ella como si uno no hubiera salido de su casa?
Por eso, la mayor parte de las veces, viajar es, como mínimo, molesto. Otras, veces, es peor aún. Un coñazo es esperar tres horas en el interior de un avión porque afuera, en Shanghai, por ejemplo, caen chuzos de punta. Estás mucho rato dentro de un avion. Vale, eso es un coñazo, pero no es una tortura. Una tortura es cuando, por fin, llegas al lugar al que ibas en ese avión y resulta ser un agujero negruzco, un infierno apocalíptico que huele a mierda de demasiadas especies, una sucesion de horrendas avenidas por la que solo circulan motos y ratas, en horrenda carrera. Eso es Guilin. Por ahora, la cagada de este viaje.
Después del horrendo paseo nocturno, ceno en un puesto callejero en el que incluso yo, aficionado a los antros cutres, tengo ciertos reparos. Noodles con algo. Me los sirve un tipo rapado, sin camisa y con muchos tatuajes redondos, marrones, por todo el cuerpo. Recuerdo cierta conversación con Ines sobre el significado de los tatuajes en Oriente: ¿será este tipo un integrante de la mafia de Guilin? Por si acaso, asiento mucho y con mucho respeto, mostrando mi aprecio por el plato de tallarines. (Al día siguiente, en uno de los mercadillos más cutres que he visto jamás, donde el barbero que me afeita a navaja se disputa el espacio con un dentista que arranca muelas ahí mismo, en una silla de playa, comprobaré que los grandes círculos marrones de mi camarero no eran tatuajes, sino las marcas que deja en la piel una práctica de la medicina tradicional china, que consiste en aplicar "vasos" de bambú muy calientes a la piel de paciente).
Al día siguiente, por la mañana, disfruto en el albergue de las primeras placas turcas del viaje. Guilin representa un regreso a la China verdadera, la China profunda... no sé cómo llamarla, tal vez... la China de la placa turca. Luego alquilo una bici y circulo por esa ciudad que mi guía (guia azul, la guia del Verdadero Viajero) califica como una de las más bellas de China. Sólo veo miseria, mugre, motos y talleres de motos.
Detrás de la mierda y los puestos callejeros, hay, cierto es, unas colinas de extrañas y evocadoras formas. Al parecer, ese tipo de formacion se llama "karst" y se da como resultado de cierta peculiar erosión de las rocas calizas. Ok. No negaré que las rocas son chulas. Lo veréis en las fotos. Pero debajo de cada una de ellas hay un edificio horrendo, construido o en construcción.
Y siete chinos trabajando o tumbados sobre una pegajosa capa de mierda. Tal vez la guía del Verdadero Viajero debería contar algo sobre eso.
Mañana tomo el barco hacia Yangshuo, todo el mundo dice que eso es genial. Seguro que cuelgo unas fotos muy chulas y diréis que estoy en lugar de ensueño. Pero no. Da igual lo que ponga mañana. Este sitio es muy chungo. No vengais a Guilin. Quedaos en casa, por favor.
En Pudong, haciéndome el interesante
viernes, 7 de agosto de 2009
Día tranquilo en la Concesión Francesa
lunes, 3 de agosto de 2009
Shanghai
Hangzhou
Anuncios con cifras
Si alguien lee este blog, cosa que no tengo oportunidad de comprobar gracias a la idea de democracia que tienen los gobernantes chinos, tal vez esté ligeramente soprendido sobre mi trayecto: escribo algo sobre un bar de expatriados en Shanghai y luego vuelvo a colgar imágenes de Pekín. Voy a aclarároslo: dejé Pekín en un tren nocturno hace ya más de una semana. Pero por problemas técnicos no pude colgar fotos de esa ciudad hasta que estuve en Shanghai.
En Shanghai, me hospedo, gracias a la hospitalidad de Ines, una amiga alemana que trabaja en la Expo, en una casa del barrio llamado la Concesión Francesa (Luwan para los nativos). En cuanto llegué, Ines, incrédula, señalaba al cielo mientras paseabamos por el barrio: "¡Has traído el buen tiempo!" - me decía, eufórica. Dice que desde que llegó a la ciudad, hace medio año, no había tenido ocasión de comprobar que en Shanghai, por encima de la contaminación y la inmensa nube gris, el cielo también es azul.
El domingo, cuando el cielo era todavía más azul, nos fuimos a dar un paseo por el parque de la Plaza del Pueblo. Allá vimos a un montón de gente mayor colgando anuncios manuscritos en chino. Observándolos, nos fijamos en había descripciones de personas (cifras reconocibles como año de nacimiento, altura...) y números de teléfono de contacto. Al principio creímos que se trataba de padres que buscaban a hijos u otros familiares. Sin embargo, unos cuantos chinos que nos abordaron para practicar el inglés cuando casualmente pasábamos por el English Corner del parque, nos acabaron de aclarar el misterio: esos padres no trataban de encontrar a desaparecidos, sino que estan buscando novio o novia para sus hijos. Les preguntamos porqué no había apenas fotos. Nos dijeron que eso no era tan importante. Lo crucial estaba en los anuncios: características físicas, teléfono de contacto y... sueldo. También se hacía constar el empleo y las propiedades de los interesados. Interesados que, por cierto, no estaban presentes en el parque. Los chinos angloparlantes que se iban arremolinando a nuestro alrededor nos explicaron que los padres pueden intentar buscar pareja a sus hijos, pero no tienen derecho a decidir por ellos. Eso terminó, dicen, orgullosos, cuando, hace sesenta años, se constituyó la República Popular China.