lunes, 24 de agosto de 2009

Vuelta a casa

Hogar, dulce hogar.




viernes, 21 de agosto de 2009

Los no-lugares y El Lugar

Poco antes de salir hacia China escuché hablar de los "no-lugares" (luego he sabido que es un concepto acuñado por Marc Augé, un antropólogo francés). Al parecer, se trata del nombre que algunos dan a los sitios que no muestran apenas rastros humanos, particularidades, y serían perfectamente intercambiables entre diferentes ciudades, países e incluso continentes, por ejemplo; supermercados, hoteles, aeropuertos, centros comerciales... Cuando lo escuché, me pareció una manera bastante pretenciosa de describir lo que siempre habíamos calificado como lugares impersonales o asépticos.
Sin embargo, a lo largo del viaje por China, no dejé de pensar en los no-lugares. ¿Por qué? No lo sé pero... creo que tal vez porque, en mi opinión, China es El Lugar. Si los no-lugares son sitios en los que todo es estándar, convencional y accesible, China posiblemente es lo contrario. Un país enorme y hermético, en el que apenas sirven el idioma, el alfabeto o los cubiertos usados en ese Occidente que se expande al resto del mundo a través de los no-lugares. Sin embargo El Lugar está, poco a poco, llenándose de no-lugares. Modernos centros comerciales van ocupando los espacios donde antes había mercados callejeros, almacenes de estilo comunista o, simplemente, viviendas humildes.
Hace poco apenas en China, apenas podías encontrar un café. Ahora puedes pedirte un macchiato en cualquier gran ciudad: abren Starbucks, Costa Coffee y franquicias de unas cuantas cadenas más, en todas las esquinas.
A ritmo de vértigo, El Lugar se está convirtiendo en un inmenso No Lugar, como casi todos los países "avanzados". Sí, a ritmo de vértigo, como el del MagLev que tomé para ir desde Pudong, el moderno barrio de las finanzas hasta el aeropuerto. Tomé este vídeo mientras iba de un no lugar a otro... a bordo de un no lugar muy rápido.



Los aeropuertos de Pekín y Shanghai son inmensos y modernísimos, ambos diseñados por arquitectos reconocidos (Norman Foster y Paul Andreu). Bellos edificios que podrían estar en cualquier otra parte del mundo. Y en ninguna. Tal vez estaría bien pensar en esta arquitectura que no nos dice nada sobre el hombre o el lugar en el que está emplazada.















Como véis, llego algo pensativo al aeropuerto de Pekín. Empieza el regreso. Es tarde. Todo está iluminado y casi todo cerrado. Un No-lugar desierto. Encuentro una cafetería abierta y pido no-comida (sandwich club y coca cola) y pago a precio de no-lugar.















Me pongo a tomar fotos algo pretenciosas del aeropuerto.
Las camareras de la cafetería desierta ven una película bélica en la tele china. Posiblemente, una de las docenas de pelis sobre la guerra contra los japoneses que produce el régimen comunista para aleccionar a la población china.















Mi avión ha llegado. También él está cenando algo.















Unas cuantas horas, el avión aterriza en Estambul. Tengo que tomar otro vuelo. Poco tiempo para salir a ver la ciudad. Demasiado para estar tirado en el aeropuerto sin hacer nada. Sigo haciendo fotos.



















De vez en cuando, hay vida, incluso en un no-lugar.

miércoles, 19 de agosto de 2009

A las seis y cuarto de la mañana

...el minibus apareció para buscarme. Y llevarnos a todos al tramo de la Gran Muralla que acaba en Simatai.


















lunes, 17 de agosto de 2009

La confianza y dónde (no) depositarla

En Pekín, me hospedo en el Flowering House Hostel, simpático, pero difícil de encontrar. Por la noche estuve bebiendo cerveza y jugando a cartas con unos británicos y un australiano en el patio del albergue, un hutong, casa tradicional pekinesa. Estaba tan atontado tratando de entender y participar en su conversación de nativos anglosajones que era incapaz de concentrarme en las cartas. No sé cómo me las apañé para ganar una partida sin acabar de entender las reglas del juego.















Yo creía que mi inglés era digno, pero parece estar muy por debajo de mi cultura musical. Cuando le comento al australiano que viene de la ciudad de uno de mis grupos de pop favoritos, los Go-Betweens, me replica que no conoce de nada a esos Gemelos del Gobi (Gobi Twins).

Al día siguiente, aún sospechando que es ya demasiado tarde para verlo, me acerco al lugar en el que está expuesto el cuerpo embalsamado de Mao Zedong. Vamos, voy al Maoseleo.

(Si creéis que este es un chiste malo es porque no habéis leído aún el que viene).

Efectivamente, es tarde. El Maosoleo sólo está abierto hasta las doce, queda media hora para que cierre y hay muchísima gente esperando fuera. Ya vi el cuerpo momificado del dictador en mi anterior visita, así que esta vez me tengo que conformar con ver únicamente su descomunal cola, que sale del edificio y le da la vuelta, sólida y compacta.

Aquí una foto de la cola (os avisé de que el chiste era malo).















Gracias a una simpática pareja de chinos que se me acerca cuando estoy sentado en un banco en la calle comercial cuyo nombre siempre olvido, contrato la excursión larga por la Gran Muralla, la que lleva hasta Simatai. Me han dicho que es agotadora y mucho menos frecuentada por los turistas que el tramo de Badaling. Después de comprar mi billete (vendrán a recogerme al hostal a las seis de la mañana del día siguiente) los chinos me proponen tomar un té en una tetería cercana a la agencia de viajes. Los tipos son majos, y me han estado hablando de baloncesto, así que sólo recuerdo mi anterior experiencia en una tetería en tono de broma. Cuando traen la carta comento, sonriendo, que esta vez me voy a fijar en los precios, no vaya a pasar como en mi anterior visita a Pekín.

Tardo un poco en darme cuenta de que, por increíble que parezca, ese chico simpático y con granos en la cara y su amiga-sobrina-novia delgada, feúcha y con gafas, están tratando de timarme de nuevo. Efectivamente, ahí, en la carta, vuelve a estar mi viejo conocido, el té a 38 euros.

Me pongo en pie, decepcionado y sorprendido. Salgo de la tetería. Camino por la calle, tratando de no tomármelo como algo personal, pero me resulta difícil. Me planteo incluso anular la excursión a la Gran Muralla, la he contratado en una agencia a la que me llevaron estos tipos, además, la he pagado por adelantado; ¿será eso también un timo o se presentarán a buscarme a la hora prevista?

Decido confiar, más que nada porque tengo un recibo y el tipo de la agencia trabaja en una oficina que yo puedo encontrar para reclamar. Sin embargo, de nuevo me encuentro, como en la barca de bambú, a merced de la buena voluntad de los extraños.

Compro un billete para la ópera pekinesa de esa misma noche y, como tengo un rato, decido volver a descansar unas horas en el albergue. Me vendrá bien relajarme un poco. Este segundo intento de timo me ha dejado un cierto sabor amargo.

Casualmente, vuelvo a pasar ante la puerta de la tetería en la que hace un rato han pretendido timarme. Tomo esta foto.















Voy hacia el albergue en metro. Me bajo en Beixinquiao. Aunque por la mañana, cuando he salido de allá, he intentado fijarme en el camino, soy incapaz de encontrar el hostel. Camino y camino a través de callejones, paso frente a docenas de hutongs, tiendas y puestos callejeros que me recuerdan a los de esta mañana pero. Busco en mi móvil la dirección del albergue y se la trato de repetir a unas cuantas personas. Algunos huyen de mí, sabiendo que no vamos a ser capaces de entendernos. Con otros mantengo el típico diálogo de besugos absolutamente inútil. Unos tipos jóvenes de aspecto algo descuidado que están sentados en una acera me miran. Pruebo también con ellos: "¿Hua Geng Hutong?". Repito la dirección cinco o seis veces con diferentes entonaciones. Por fin, uno de ellos parece entender, pero me explica con un gesto muy vago hacia el frente. Cuando me alejo, en la dirección que me ha indicado, me sorprende ver que él y su colega se sonríen entre sí. A estas alturas ya estoy tan irritado que interpreto su sonrisa como una burla: ¿me habrán indicado correctamente la dirección esos vagos que parecen dispuestos a pasar el día con el culo sobre la acera?

Parece que, efectivamente, se han reído de mí, ya que un cuarto de hora más tarde estoy de nuevo en el mismo sitio, pese a haber tratado de seguir sus indicaciones. Sudado y con ganas de ir al baño, me siento más cabreado e impotente que nunca durante el viaje. Realmente, en ese momento puede decirse que odio a China y a cada uno de sus habitantes. Y son 1.300 millones.

Justo en ese momento se me acerca un tipo sonriente. Es uno de los vagos. Durante un segundo, dudo: ¿está riéndose el chaval de que llevo más de media hora vagando por el barrio? Al cabo de un momento, me hace una señal y me pide que le siga. Sin saber muy bien él tampoco el camino - va preguntando por el celebre Hua Geng Hutong a varias personas - me va guiando a través de esos callejones, que a mi me resultan idénticos. Al cabo de diez minutos, estoy ante la puerta del hostal. Saco la cartera y le ofrezco diez yuans por el favor que me ha hecho. Vale, no es más que un euro, pero con eso basta para comprarse tres o cuatro cervezas en China. El caso es que el chico rechaza el dinero. Insisto un poco, tratando de hacerme entender: me ha ayudado y se merece eso por lo menos. Vuelve a rechazarlo y se aleja, con su sonrisa medio burlona aún en los labios. Lo miro desaparecer por el callejón, lleva unos pantalones medio rotos, creo que también una gorra. Luego pienso que tengo que tengo que empezar a ser un poco más listo a la hora de depositar mi confianza en la gente.

Por fin entro al albergue, el australiano de los "Gobi Twins" se ha cortado el pelo y ya no se parece tanto a Sawyer de "Perdidos". Me encierro en el aseo. No me queda demasiado tiempo para descansar. Al cabo de un rato estoy en un mototaxi, haciéndome autofotos, camino de la ópera pekinesa.

jueves, 13 de agosto de 2009

Guilin Express

Con un vuelo para Pekín a las cuatro de la tarde, sólo tenía unas pocas horas para ver la parte luminosa de Guilin (la oscura - esa sabia combinación de ratas, tatuajes y concesionarios de motos - ya había tenido oportunidad de disfrutarla a tope) así que después del desayuno, me separo de Alfonso y Patri y me dedico a recorrer los atractivos turísticos de la ciudad... contrarreloj.

Primero me acerco a la colina de la Trompa del elefante.















Después vuelvo a las pagodas. Las que vimos anoche. Una de ellas está en el interior del lago, sin que se vea ningún puente por el que acceder.




















Me sorprende ver que... la manera de llegar a esa segunda pagoda es un túnel subacuático que la comunica con la primera.





























Como se puede deducir de lo del túnel, las pagodas han sido reconstruidas totalmente. De hecho, en su interior hay sendos ascensores.
En el piso superior de la segunda pagoda, veo esta gran imagen de Buda. También hay fotos de un caballero ataviado como el Dalai Lama, pero que evidentemente, no es el Dalai Lama. Tomo otra nota mental, cuando vuelva, tengo que enterarme sobre la situación del budismo en China. ¿Existen líderes budistas aceptados por el Gobierno Chino? ¿Sustitutos aceptables del Dalai Lama?



















He quedado en el hotel con Patricia y Alfonso para compartir un taxi hasta el aeropuerto, pero mi visita turística ha sido tan rápida, que tengo media hora libre. Paso frente al río Li y, soprendentemente, veo a bastantes chinos bañándose. Voy en calzoncillos, pero decido bañarme, creyendo que, al ser de estilo deportivo, mi aspecto no le llamará demasiado la atención a nadie.
Pese a lo que decía una advertencia del hotel, el río es muy apacible y el agua parece estar limpia. Salgo del río, feliz y refrescado, un chino que también se estaba bañando se ofrece para tomarme un par de fotos. Poso, satisfecho.
Luego veo las fotos. Vaya. No, eso era claramente un calzoncillo. Tomo otra nota mental: no volver a posar jamás en esa postura.
Ahora entiendo porqué el chino que tomaba las fotos estaba tan risueño.
No, no pienso publicarlas. Jamás.
Patricia y Alfonso se quedan en el restaurante del aeropuerto de Guilin. Yo tengo que embarcar para mi vuelo a Pekín. Nos despedimos hasta Chamberí. Ha sido estupendo tener unos compañeros de viaje así. Sin ellos, sólo hubiera conocido la injustamente desconocida cara turbia de Guilin.
Dos horas de retraso. Nos dan la comida en el avión, antes de que éste despegue. Esto se está convirtiendo en una costumbre en mis vuelos chinos.
Por fin, el avión despega, me lleva de vuelta a Pekín, donde empezó este viaje.

martes, 11 de agosto de 2009

Una caja enigmática, una barca de bambú y varias viejas canciones

Tal vez por la juerga de la otra noche, tal vez porque el sueño es casi lo único caprichoso que tengo, abro los ojos a las cinco de la mañana en el albergue y, pese a que lo intento durante un rato, no puedo volver a dormir. Así que, en un raro impulso, me pongo en pie y me visto en silencio, para no volver a molestar a mis compañeros de habitación. Tomo la cartera, la llave de la taquilla y el móvil (algo mucho menos útil que la máquina de fotos que, en cambio, olvido, dejando sin imágenes uno de los momentos más memorables del viaje) y bajo. Le doy un buen susto al chino que duerme en el sofá junto a recepción, el mismo al que desperté el día que volví de juerga. El tipo tiene que estar desesperado conmigo. Una vez por trasnochador, otra por madrugador, nunca le dejó dormir en paz. Por fin, me abre la puerta y salgo. No han dado todavía las seis de la mañana, pero en el mercado ya hay cierta animación. Por fin encuentro lo que busco: una trabajadora de un hotel está sacando a la calle las bicis para alquilar. Antes de que pueda sacarlas todas, ya le he alquilado una. Tiene una cesta con tapa en la parte trasera. He visto muchas de estas. Normalmente, dentro de la cesta va una gallina viva. Claro, si no estuviera viva, la tapa no sería tan necesaria.

Voy pensando en esto de la gallina y la cesta mientras salgo de Yangshuo por la primera carretera que pillo. Sin planear nada. Tampoco hay mucha manera de planear ya que en algún sitio, posiblemente en el barco, me dejé olvidada la guía del Verdadero Viajero. ¿Hay algo más propio de un Verdadero Viajero que viajar sin guía? - me consuelo.
Así que allá voy, alejándome de la ciudad sin rumbo fijo. Paso junto a casas de pueblo en las que comienza a cantar un gallo. Acurrucada junto a la puerta, una mujer lavándose los dientes con un cuenco de agua. Más allá, un tío en la misma postura, pero comiendo tallarines para desayunar. Todos se quedan un poco sorprendidos por ver a un occidental en bici cantando a Leonard Cohen a las seis de la mañana.
Me salgo de la carretera asfaltada, no recuerdo porqué. Paso junto a arrozales (me tengo que informar sobre el cultivo del arroz: ¿por qué, a la vez, en el mismo sitio, uno puede ver la planta de arroz en casi todos sus estados, verde, amarillenta y apenas en brote?) y a algunos campos ligeramente encharcados que están arando al estilo ancestral, con un arado de madera y metal tirado por un "búfalo de agua".

Después de un buen rato pedaleando por caminos pedregosos, llego a un pueblo en el que hay mucho ajetreo. Unos tipos vestidos de blanco beben, mientras mujeres de unos sesenta años, maquilladas de blanco tocan unos pequeños tamborcitos. Mientras, el tonto del pueblo es el encargado de las tracas y recibe broncas de un tipo que parece el encargado del festejo.
¿En qué consiste el festejo? Sigo sin saberlo, pero el caso es que, cuando ya he dejado mi bici aparcada y trato de confundirme con la gente, cosa imposible, dado que, evidentemente, soy el único occidental en varios kilómetros a la redonda, comienza la ceremonia. Una banda de música con uniformes tan estridentes como sus instrumentos abre la marcha. Les sigue la docena de mujeres maquilladas de blanco, con sus tamborcitos. Detrás, un grupo de hombres y mujeres, algunos con palmas como las del día de Ramos en España. Caminan de espaldas, lentamente, todos mirando hacia... el centro de la procesión, que es una caja alargada y pesada que llevan a hombros algunos de los que bebían sentados cuando yo he llegado al pueblo. Un hombre mayor, vestido también de blanco pero con un cartel escrito en rojo colgado al pecho, se va arrodillando ante la gran caja, que parece muy pesada, retrasando la marcha todavía más. Detrás de la enigmática caja, más músicos, con tambores e instrumentos de cuerda que no sabría nombrar pero que contribuyen a crear un ritmo enfermizo y frenético. Para aumentar esta sensación, cuatro personas metidas en dos dragones de tela, bailan entre los músicos y el ruido de los petardos que el tonto del pueblo siempre parece encender en un momento que el resto de los asistentes considera inapropiado.
El cortejo sigue caminando, muy lentamente, alejándose de la aldea por la estrecha carretera. No sé de qué se trata. Lo más posible es que sea un entierro con ceremonia religiosa, pero ni la caja que llevan parece exactamente un ataúd ni la expresión de la gente que acompaña la procesión no es de gran pena. Cuando tenga tiempo intentaré informarme sobre qué carajo es lo que vi (después de enterarme de lo del arroz, investigaré un poco sobre esto). Debo volver al albergue de Yangshuo antes de las doce para dejar la habitación, así que, en lugar de seguir a la comitiva, tomo la bici de nuevo para volver allá.

Evidentemente, no recuerdo el camino por el que he llegado a esa aldea. Recorro pueblos, estoy a punto de atropellar patos, gallinas y perros, hasta que llego, por fin, a una carretera asfaltada. Todo parece prometedor. Hasta que compruebo que la carretera asfaltada desemboca en un río. En la otra orilla, un montón de turistas y "gondeleros" con sus estrechas barcas de bambú como las de los vendedores que nos abordaban para vender cosas cuando bajábamos por el río Li. Pero yo estoy, con mi bici, al otro lado del río.
Un viejo "gondolero" se fija en mi y me dice con signos que me cruza el río. Antes de hacerlo fija el precio: 10 yuans. Es demasiada pasta, pero no estoy en condiciones de regatear demasiado. Le pregunto si sube también la bici. Me dice que ok. Diez yuans y cuatro paladas más tarde, el río en esa zona es muy poco profundo, los "gondoleros" impulsan la barca empujando la pértiga contra el fondo, ya estamos al otro lado. Con la bici medio mojada. El hombre se ofrece a bajarme el río, dos horas de trayecto por el Li, con mi bici atada. 140 yuans. Me ahorraría un buen rato en bici pasando mucho calor si eso me acercara a Yangshuo. Si no, sería una manera bastante cara de alejarme de mi camino. Trato de preguntarles al barquero y al tipo que vende los tickets, los dos asienten: Yangshuo no queda lejos del punto al que llegan las barcas, parecen querer decirme. Pero no estoy del todo seguro, por su expresión uno diría que lo único que les interesa es conseguir un cliente más. Aún así, me fío. Pago. Amarramos bien la bici a la barca y comienzo a bajar el río, impulsado por el anciano.

Ahí me encuentro, bajo una sombrilla inservible, confiando, como Blanche DuBois y como tantas veces en China, en la buena voluntad de los extraños. ¿Me acercará verdaderamente esta canoa de bambú a Yangshuo? La duda me inquieta, pero no tanto como para impedirme disfrutar del paisaje un rato y... dormirme durante otro rato. Menos de dos horas más tarde, la travesía llega a su fin. La cadena de la bici se ha salido. Intento devolverla a sus sitio pero, cuando apenas he empezado, un chino se me acerca con un destornillador. Se ofrece a ayudarme. Por diez yuans. Otra vez. Acepto.
Ya con la bici arreglada, pregunto el camino hacia Yangshuo. Alguien que parece entenderme, me señala hacia la izquierda. Tengo menos de una hora para llegar. Volver a la bici me anima. Vuelvo a cantar a Leonard Cohen. "Jane, came with a lock of your hair... she said that you gave it to her". Una de las últimas noches en Madrid, canté esto con una amiga en un bar. Ahora ese recuerdo parece tan lejano, como si fuera algo ocurrido en otra vida.

Llego a Yanghsuo sin problemas y con mucho tiempo. Devuelvo la bici. Me doy una ducha en el albergue, dejo la habitación y vuelvo a comer al MacDonald's. Una especie de desayuno a base de Big Mac. Son las doce y media de la mañana.
Unas horas más tarde, Patricia, Alfonso y yo llegamos a un hotel en Guilin. Regateando, conseguimos sacar nuestras habitaciones a mitad del precio fijado. También les arrancamos que incluyan el desayuno. En China, un precio marcado hay que tomárselo como un estímulo, como un desafío.

Después de tantos albergues, voy a disfrutar de mi primer hotel, mi primera habitación y aseo individual. Saco fotos de todo, emocionado.















Luego, aunque ya es de noche, salimos a ver la parte de Guilin que me perdí la otra vez. Aquí no hay ratas ni concesionarios de motos. Aquí hay dos lagos, junto a uno de ellos, dos pagodas iluminadas. Muy cerca, calles comerciales, bares. Todo tiene muy buena pinta. Mañana tengo unas pocas horas para poder ver en plan turista express todo lo que me perdí la otra vez.



















Nos quedamos hablando de música española en un bar de la zona comercial de Guilin. Metidos en nuestro rollo de Gabinete Caligari, Antonio Vega, etc... no nos damos cuenta de que la camarera china, sentada en una silla, está esperando a que nos acabemos la última cerveza para cerrar el bar. Volvemos al hotel canturreando algunas letras absurdas e inolvidables "Han caído los dos, desde un punto de vista exclusivo..."

lunes, 10 de agosto de 2009

Suena el teléfono

Por primera vez desde que estoy fuera, descuelgo. Una voz habla en castellano, con un acento que sólo podría describir como... extranjero.
- ¿Señor Castro?
- Soy yo, ¿quién es?
- Soy Émile de Blanchard. De la AVV.
- ¿La Asociación de Verdaderos Viajeros?
- Efectivamente, le llamo desde nuestra sede en Genève.
- Es un honor. Precisamente, me encuentro de viaje... en Yangshuo, China.
- Lo sabemos.
- Bien... ¿cuál es el objeto de su llamada? ¿Tiene que ver con mi candidatura a la comisión directiva?
- Sí, podría decirse que sí. Me temo que... le vamos a solicitar que retire su nombre de la lista.
- ¿Perdón?
- De hecho, sería conveniente que abandonara nuestra asociación por iniciativa propia.
- ¿Cómo? No entiendo nada...
- Ha llegado a nuestras manos cierta información que consideramos relevante y que es... absolutamente incompatible con los estatutos de esta asociación. El presidente me ha pedido que le haga esta llamada.
- Llevo años viajando, prácticamente nací en una autocaravana... Creo que tengo méritos más que suficientes para ser directivo de la AVV. No digamos ya para ser un miembro ordinario. Es cierto, me falta Oceanía y tengo grandes lagunas en África pero... ¿quién me gana en Europa y el Magreb? He visitado cada rincón, cada monasterio, cada gruta...
- No tiene que ver con ese tipo de méritos, señor Castro. Insisto en que hemos recibido cierta información. Sobre el viaje que está llevando a cabo en estos momentos.
- ¿Cómo? ¿Me han seguido hasta China?
- No puedo revelar la fuente que nos ha proporcionado las pruebas, pero éstas son irrefutables. Un verdadero viajero debe integrarse en el país que visita, debe conocer sus costumbres, respetarlas e informarse sobre sus tradiciones.
- Ya lo sé, Émile, no hace falta que me recite el artículo 3 del código del Verdadero Viajero. Llevo más de dos semanas siguiéndolo a rajatabla en China. Viajando en metro, comiendo insectos en chiringuitos infectos, desplazándome en bici y tragándome la contaminación de Pekín...
- Se lo ruego, señor Castro, no haga esto más penoso de lo estrictamente necesario. Se lo repito: tenemos pruebas.

























domingo, 9 de agosto de 2009

Con resaca, en Yangshuo
















Efectivamente, ayer llegué a Yangshuo en barco, por el río Li. Como habéis visto en las fotos, el paisaje es precioso. 

Sin embargo, ahora estoy en un ciber lleno de adolescentes fumadores que no dejan de gritar mientras juegan a cualquier cosa online. A pesar del Neobrufen, tengo resaca. Pero eso es lo mínimo que merezco. 

Ayer, en el barco, coincidí con una pareja española que tiene la suerte, y/o el buen gusto, de vivir en Chamberí, a diez minutos de mi casa. Como cabía imaginar, les había encantado Guilin. Al parecer, en mis largos paseos en bici fui capaz de eludir dos lagos, varias pagodas, un montón de puentes y una zona peatonal de lo más concurrida. Eso sí, yo contraataqué señalando la multitud de concesionarios de motos, ratas e industrias pesadas abandonadas que ellos se habían perdido. Creo que no les dio mucha pena.

Ya en a Yangshuo y nos separamos para ir a nuestros respectivos hoteles, pero antes quedamos para cenar juntos. 

Me instalé en el albergue y conocí a una francesa muy joven, de pelo corto. Sí, tenía que ser francesa. Lleva mes y medio viajando por China. Sola.

Una hora y pico más tarde, mientras paseaba junto a la orilla del río y eludía a pesados que querían que me montara en sus barcas de bambú, se me acercaron tres chavales. Estudiaban en un colegio especializado en idiomas, allá en Yangshuo y parecían fascinados por la posibilidad de hablar con alguien en inglés. Les pregunté porqué nadie se bañaba en el río. Pese al calor, no se suele ver a chinos en el agua, lo cual nos hace sospechar sobre la limpieza de los ríos. Los chicos me dijeron que sí, que la gente se bañaba, no muy lejos de ahí. Se ofrecieron a acompañarme hasta el sitio. 

Ellos no querían bañarse, pero se prestaban a vigilarme la mochila, el polo y las chanclas mientras yo lo hacía. Le pasé mi bolsa a Erick, el más hablador. En ella iba todo mi dinero en metálico, en euros y yuanes, mi pasaporte, cámara de fotos, móvil y demás tonterías.

Lo primero que me sorprendió fue la corriente. Tiraba de mí con tanta fuerza que tuve que darlo todo para no dejarme arrastrar. Por fin conseguí volver a la orilla, tratando de disimular un poco mi agobio. Erick se había puesto mi mochila a la espalda y sonreía, como si se sintiera feliz de que yo hubiera depositado en él mi confianza y de saber que no la había traicionado. Insistieron en que volviera a nadar. 

La historia se repitió dos o tres veces más. El agua, fresca pero no demasiado fría, la corriente, las brazadas casi desesperadas. Por fin la orilla, los escalones de piedra. Erick con la mochila, sonriendo. 

Dejé que el sol me secara mientras iba camino del lugar en el que he quedado con Patricia y Alfonso. Los chicos me acompañaron. No recuerdo el nombre en inglés del más alto y tímido. El otro, el pequeño, se hacía llamar Jordan porque le gusta el baloncesto. Les comenté que al día siguiente tenía previsto alquilar una bici para recorrer los alrededores del pueblo. Se les iluminaron los ojos y me preguntaron si podían venir conmigo. Algo desconfiado, les respondí que sí, pero que tendrían que traerse sus propias bicis: yo no tengo pasta para pagarles bicis a todos. No parece que eso sea problema, así que quedamos para las nueve de la mañana en la puerta de mi albergue. 

Durante la cena, que está muy buena y sale barata, compartimos anécdotas de Verdaderos Viajeros. Alfonso y Patri me cuentan sus veinticuatro horas en tren desde Shanghai, en litera dura, con unos cuantos chinos que no paraban de comer. También hay placa turca en los trenes. Eso sí, les salió todo muy barato. Van cayendo las botellas de Tsingtao, una cerveza ligera, barata y sin demasiado gusto. 

Soy yo el que propone tomar una copa después de la cena. Acabamos en el Alley, el bar que regenta un tipo austriaco. No sé cómo acabó en Yangshuo. Creo que se lo pregunté cuando ya llevaba (yo) más de cinco gin-tonics. Tal vez por eso no recuerde lo que respondió. 

Las cosas empeoraron un poco cuando juntamos nuestra mesa con la Patrick, el yanqui de Florida y su compañero profesor de inglés, ese australiano que celebraba su 23 cumpleaños. El tipo se empeñó en que jugáramos a algo que bautizó como Everest. Una absurda excusa con cartas de póker para dar tragos a la copa, como si hiciera falta alguna excusa. Fueron cayendo las rondas. Todas servidas por esa especie de Isabel Preysler joven. 

Un rato más tarde yo vagaba solo, haciendo eses como las que hacen los malos actores cuando interpretan a un borracho, por calles que me resultaban absolutamente irreconocibles sin luces, vendedores o turistas. Vi ratas cruzar ante mi, con cierta calma, por cierto. 

No sé cómo llegué hasta mi albergue. Recuerdo que mi camino me llevó dos veces a un maloliente mercado en el que algunos chinos descargaban mercancía. Algunos me miraron. Desperté al tipo del albergue. Luego forcejeé con la puerta de la habitación, molestando a casi todos los del dormitorio. Caí sobre la cama a plomo, con mi polo y mi bañador. Un segundo antes de dormir, recordé la cita con los chicos. Era sólo tres horas más tarde. Pensé en poner el despertador. No lo hice. 

Esta mañana me he despertado hacia las diez y media. Eran las once cuando he bajado a recepción. Ni rastro de Erick ni de los demás. No me he atrevido a preguntar por ellos. Me he tomado el Neobrufen y he salido a buscar un café decente. He fracasado. Era barato y muy malo. No sé si Erick y los demás habrán aparecido por el albergue esta mañana. Sólo sé que yo no estaba ahí. Eso y la resaca me hacen sentirme mal. Bastante mal. Después de un curry muy picante me he venido al ciber a escribir esta entrada. Escribiendo en este inmenso ciber, cargado de humo y de chinos, varones y adolescentes, me siento a salvo. Al menos aquí no puedo fallarle a nadie. 

sábado, 8 de agosto de 2009

Por el río Li, hacia Yangshuo












































Guilin










Viajar tiene buena prensa, como las milenarias tradiciones orientales, los oligoelementos y la economía sostenible. Pero no voy a ser yo quien contribuya a continuar con esa falacia.

Uno ha dedicado años en descubrir cuál es su barrio favorito de la ciudad, ha tardado en encontrar que le gusta el espresso de esa cafetería, ha dedicado meses a saber que se encuentra a gusto con estos amigos y no con aquellos otros. Se ha acostumbrado al ruido del tráfico de su calle y ha conseguido encontrarle encanto incluso al chirrido de la persiana sin engrasar del garaje de abajo. ¿Cómo conseguir de pronto no echar de menos todas esas costumbres que uno ha ido adquiriendo, todas esas ventajas que uno ha ido trabajándose con el tiempo? ¿Cómo llegar de pronto a una ciudad en la que uno no ha estado en su vida, donde se habla un idioma que uno ni siquiera conoce, y encontrarse tan a gusto en ella como si uno no hubiera salido de su casa?

Por eso, la mayor parte de las veces, viajar es, como mínimo, molesto. Otras, veces, es peor aún. Un coñazo es esperar tres horas en el interior de un avión porque afuera, en Shanghai, por ejemplo, caen chuzos de punta. Estás mucho rato dentro de un avion. Vale, eso es un coñazo, pero no es una tortura. Una tortura es cuando, por fin, llegas al lugar al que ibas en ese avión y resulta ser un agujero negruzco, un infierno apocalíptico que huele a mierda de demasiadas especies, una sucesion de horrendas avenidas por la que solo circulan motos y ratas, en horrenda carrera. Eso es Guilin. Por ahora, la cagada de este viaje.

Después del horrendo paseo nocturno, ceno en un puesto callejero en el que incluso yo, aficionado a los antros cutres, tengo ciertos reparos. Noodles con algo. Me los sirve un tipo rapado, sin camisa y con muchos tatuajes redondos, marrones, por todo el cuerpo. Recuerdo cierta conversación con Ines sobre el significado de los tatuajes en Oriente: ¿será este tipo un integrante de la mafia de Guilin? Por si acaso, asiento mucho y con mucho respeto, mostrando mi aprecio por el plato de tallarines. (Al día siguiente, en uno de los mercadillos más cutres que he visto jamás, donde el barbero que me afeita a navaja se disputa el espacio con un dentista que arranca muelas ahí mismo, en una silla de playa, comprobaré que los grandes círculos marrones de mi camarero no eran tatuajes, sino las marcas que deja en la piel una práctica de la medicina tradicional china, que consiste en aplicar "vasos" de bambú muy calientes a la piel de paciente).

Al día siguiente, por la mañana, disfruto en el albergue de las primeras placas turcas del viaje. Guilin representa un regreso a la China verdadera, la China profunda... no sé cómo llamarla, tal vez... la China de la placa turca. Luego alquilo una bici y circulo por esa ciudad que mi guía (guia azul, la guia del Verdadero Viajero) califica como una de las más bellas de China. Sólo veo miseria, mugre, motos y talleres de motos.









Detrás de la mierda y los puestos callejeros, hay, cierto es, unas colinas de extrañas y evocadoras formas. Al parecer, ese tipo de formacion se llama "karst" y se da como resultado de cierta peculiar erosión de las rocas calizas. Ok. No negaré que las rocas son chulas. Lo veréis en las fotos. Pero debajo de cada una de ellas hay un edificio horrendo, construido o en construcción.

Y siete chinos trabajando o tumbados sobre una pegajosa capa de mierda. Tal vez la guía del Verdadero Viajero debería contar algo sobre eso.

Mañana tomo el barco hacia Yangshuo, todo el mundo dice que eso es genial. Seguro que cuelgo unas fotos muy chulas y diréis que estoy en lugar de ensueño. Pero no. Da igual lo que ponga mañana. Este sitio es muy chungo. No vengais a Guilin. Quedaos en casa, por favor.


En Pudong, haciéndome el interesante




































Una barcaza llena de troncos surca el Huangpo, hacia el mar. Pasa frente al Bund. Mientras, el autor de estas líneas descubre que se puede hacer autofotos de perfil. Se queda tan feliz, creyendo que ha encontrado la solución a sus problemas. 





viernes, 7 de agosto de 2009

Día tranquilo en la Concesión Francesa‏












 


Me encanta poder tener mi propia casa durante un viaje, aunque sea sólo durante unos pocos días. Te sientes de pronto fuera del viaje, viviendo por unos días como un habitante más de la ciudad en cuestión. En este caso, en el barrio llamado la Concesión Francesa, de Shanghai. Ya conozco la croissanterie de la esquina, el puesto de fruta donde creo que me timaron y el tipo que vigila la comunidad de vecinos donde vive Ines ya me saluda con una gran sonrisa. Posiblemente, mientras piensa que tiene que informar al jefe local del partido de la permanencia del extranjero en el barrio.















Llueve tanto en el exterior que me paso el día en el piso de Ines, conectado a Internet. Leo un guión en su ordenador y escucho "El Larguero" y algunas tertulias políticas. Leo noticias sobre Bárcenas y el eterno fichaje de Xabi Alonso. Incluso escucho la emisión en directo de Radio Madrid. Estar al otro lado del mundo escuchando cómo hablan de las fiestas del barrio en el que vives es toda una experiencia, os lo aseguro.
La última noche en la ciudad, Ines y yo nos permitimos ir a un estupendo local de masajes (sólo de masajes, aquí en China esa distinción es muy importante. Por menos de nada, la masajista te ofrece un "happy ending". Por cierto, una chica inglesa me comentó luego que, en Tailandia, una masajista en bata también se lo ofreció a ella). Pese a lo casto de nuestro masaje, nos quedamos como nuevos. Es un local de los más elegantes de la ciudad, está abierto todos los d'ias hasta las dos de la mañana y nos han cobrado... quince euros por dos euros de masaje.
Al día siguiente, bajo una inmensa tormenta, dejo la ciudad. Voy rumbo a Guilin. En el avión, que saldrá con dos horas de retraso por las condiciones meteorológicas, no paro de tararear ese estribillo de R.E.M. "leaving New York's never easy". Pero yo cambio la letra por Shanghai, claro.

lunes, 3 de agosto de 2009

Shanghai

Una de las cosas que más me impresionaron de mi primer viaje por China fue la vista de Shanghai que se tenía desde el Bund, la zona de edificios coloniales británicos. A la otra orilla del rio Huangpu se elevan los rascacielos del barrio de Pudong, con esa absurda y divertida torre de comunicaciones llamada La Perla de Oriente.

Ahora, por la Expo, casi todo el Bund está de obras. La mejor foto que he podido conseguir, por encima de las vallas de obras ha sido esta.














Ya en Pudong, de más cerca, la torre Jin Mao y el edificio más alto de la ciudad, el World Financial Center, con forma de abrebotellas.




















Ines y yo subimos una noche a tomar algo al bar del hotel de esa torre y desde ahí tomé esta otra foto. El bar está en la parte inferior del"agujero" de la torre.




















Hangzhou




A menos de dos horas de Shanghai está Hangzhou, con su famoso lago del Oeste. Al parecer, es el sitio al que tradicionalmente van las parejas chinas como viaje de luna de miel.
Como en casi todas partes hasta ahora, encuentro muchísimos turistas chinos y pocos occidentales.
Por cierto, cae una buena tormenta. Menos mal que me pilla comiendo en un restaurante en el que se olvidan de mí y de mi comida. Nunca un retraso me vino tan bien.

Anuncios con cifras










Si alguien lee este blog, cosa que no tengo oportunidad de comprobar gracias a la idea de democracia que tienen los gobernantes chinos, tal vez esté ligeramente soprendido sobre mi trayecto: escribo algo sobre un bar de expatriados en Shanghai y luego vuelvo a colgar imágenes de Pekín. Voy a aclarároslo: dejé Pekín en un tren nocturno hace ya más de una semana. Pero por problemas técnicos no pude colgar fotos de esa ciudad hasta que estuve en Shanghai.









En Shanghai, me hospedo, gracias a la hospitalidad de Ines, una amiga alemana que trabaja en la Expo, en una casa del barrio llamado la Concesión Francesa (Luwan para los nativos). En cuanto llegué, Ines, incrédula, señalaba al cielo mientras paseabamos por el barrio: "¡Has traído el buen tiempo!" - me decía, eufórica. Dice que desde que llegó a la ciudad, hace medio año, no había tenido ocasión de comprobar que en Shanghai, por encima de la contaminación y la inmensa nube gris, el cielo también es azul.

El domingo, cuando el cielo era todavía más azul, nos fuimos a dar un paseo por el parque de la Plaza del Pueblo. Allá vimos a un montón de gente mayor colgando anuncios manuscritos en chino. Observándolos, nos fijamos en había descripciones de personas (cifras reconocibles como año de nacimiento, altura...) y números de teléfono de contacto. Al principio creímos que se trataba de padres que buscaban a hijos u otros familiares. Sin embargo, unos cuantos chinos que nos abordaron para practicar el inglés cuando casualmente pasábamos por el English Corner del parque, nos acabaron de aclarar el misterio: esos padres no trataban de encontrar a desaparecidos, sino que estan buscando novio o novia para sus hijos. Les preguntamos porqué no había apenas fotos. Nos dijeron que eso no era tan importante. Lo crucial estaba en los anuncios: características físicas, teléfono de contacto y... sueldo. También se hacía constar el empleo y las propiedades de los interesados. Interesados que, por cierto, no estaban presentes en el parque. Los chinos angloparlantes que se iban arremolinando a nuestro alrededor nos explicaron que los padres pueden intentar buscar pareja a sus hijos, pero no tienen derecho a decidir por ellos. Eso terminó, dicen, orgullosos, cuando, hace sesenta años, se constituyó la República Popular China.